Ya he comentado en otro lugar que las novelas del Mundodisco de Terry Pratchett pueden agruparse en varias sagas (o sub-series, como prefiráis) y conviene que tengáis en cuenta que esta división no es caprichosa.
No se trata solamente de que los libros de una determinada saga siempre utilicen a los mismos protagonistas, sino que cada sub-serie le sirve al autor para abordar temas distintos. Me refiero, naturalmente, a esos temas serios que laten bajo la corteza cómica del relato y que constituyen una seña de identidad tan clara de estos títulos como los kilos y kilos de chascarrillos que habitan sus páginas.
Así, las novelas de la Guardia suelen exponer temas sociales como el racismo o las desigualdades entre nobles y plebeyos. Los libros de las Brujas hablan sobre los obstáculos que nos impiden ser librepensadores. Mientras que la serie de la Muerte trata temas metafísicos desde una perspectiva bastante dramática.
El Segador (1991), undécima novela del Mundodisco y segunda que tiene como protagonista absoluto a La Muerte, es tan buen ejemplo de ello como cualquier otra. Aquí tenéis el argumento.
Los Auditores de la Realidad (que volverán a hacer de las suyas en Papá Puerco y Ladrón de Tiempo) son una suerte de entes incorpóreos que están en contra de todo lo que no sean pulcras leyes físicas, químicas o biológicas. Y cuando digo todo, me refiero a sentimientos, personalidades, creencias y demás. Por ello, consideran equivocado que la Muerte del Mundodisco haya empezado a desarrollar un interés por la gente que va más allá de su mero trabajo como segador de almas. ¿Os imagináis qué ocurriría si a la gravedad empezara a caerle simpática la gente? ¡El universo sería un caos!
Así que los Auditores apelan a instancias superiores para que la Muerte quede convertida en un ser mortal y la despiden de su cargo. Nuestro esqueleto favorito se irá a vivir al campo bajo el pseudónimo de Bill Puerta…pero ahí no acaba la cosa.
La desconcertante ausencia de la Muerte, provoca que, en Ankh-Morpork, los muertos comiencen a levantarse de sus tumbas y a exigir derechos, como cualquier ciudadano.
Y si unimos a todo esto un curioso ataque procedente de otra dimensión, contra el que los magos de la Universidad Invisible tendrán que luchar, la salud mental de la ciudad entera comenzará a peligrar seriamente.
A pesar de que todas las novelas del Mundodisco cuentan con una trama principal, aderezada por otra (u otras) trama secundaria, esa separación nunca es tan evidente como en esta novela. De hecho, las dos tramas que constituyen la totalidad del libro aparecen impresas (al menos en la edición de DeBolsillo que tengo por casa) en dos tipografías distintas.
Dicha separación convierte a El Segador en una novela bastante desequilibrada y, por ello, no demasiado satisfactoria.
La acción de Bill Puerta en su retiro campestre sirve para desarrollar los temas profundos de la narración. Debido a esto, y pese a los esfuerzos que hace el autor porque esta peripecia resulte divertida, desprende un halo de tristeza muy acusado. Al fin y al cabo, cuando uno pretende equiparar muerte y soledad en un contexto de abandono, la cosa no puede quedar demasiado alegre.
Por otro lado, la acción de los no-muertos formando un movimiento de liberación en Ankh-Morpork y los magos, encabezados por el Archicanciller Ridcully, discutiendo y luchando contra la amenaza exterior queda hilarante, de acuerdo; pero, en mi opinión, también se percibe como claramente pasada de vueltas. Se nota demasiado que esta parte del relato está construida únicamente para aligerar peso dramático, sin que nada de lo que vaya a suceder tenga repercusiones en futuras novelas. Y para colmo, viene rematada por un final un tanto abrupto.
Sin embargo, por mucho que esta descompensación sea un punto negativo en contra de este libro, recomiendo su lectura.
Quizá consideréis que mi punto de vista es un contrasentido, pero si tenéis la costumbre de leer a Pratchett ya sabréis que, en lo referente a su trabajo, el fondo suele importar más que la forma. Y dedicarnos, aunque sea un ratito, a darle vueltas a la idea de que lo más valioso que podemos hacer con nuestra vida es compartirla con los demás, siempre resulta enriquecedor, ¿verdad?