No fue nuestra estancia en el Hotel El Encinar el mejor recuerdo de nuestros viajes. Me alegré de no haber llevado las niñas porque el hotel poco tenía que ver con los hoteles donde acostumbramos alojarnos. Era como una casa pobre por dentro.
Los muebles eran sencillos, baratos, sin ningún lujo. La habitación que nos dieron no era nada grande. Si llego a pasar allí metida un tercer día me divorcio de mi marido. No había sitio ni para abrir las maletas. Las tuvimos que dejar tal como las llevamos. Tampoco nunca metería mi ropa en aquel armario que olía como a moho. La habitación no estaba nada ventilada. Decía mi marido que le olía a casa cerrada.
La limpieza de este pequeño hotel de sólo 19 habitaciones en Cantabria deja bastante que desear. Se nota que hacen una limpieza rápida sin pararse. Sobre el cabecero de nuestra cama había un gran abanico que tuve que quitar porque estaba a tope de polvo. Supongo que será por falta de personal esa deficiente limpieza.
Lo único bueno que puedo decir de este hotel es que tuvieron el detalle de buscarle una escuela de surf a mi marido y en esa escuela le dejaron las tablas que no había llevado para practicar dicho deporte. Lo demás para mí fue negativo. Ni siquiera me gustó la piscina. Eran interior y apenas tenías espacio a su alrededor para salir del agua sin darte con las paredes.
No nos quedamos a desayunar. Fue ver el desayuno y salir huyendo. Tenían una bollería industrial que parecía caducada. Las magdalenas olían que tiraban para atrás. No probé ni el café. Nos fuimos a desayunar a una cafetería que quedaba más o menos cerca.