Suecia, por encima de cualquier otro país europeo, siempre ha proyectado una imagen de civismo y modernidad intachable…o al menos así lo hemos captado desde España. Lo cual no deja de ser curioso porque, reducidos a términos simples, los suecos no son más que unos hombretones que caminan perpetuamente por encima de un grueso manto de nieve a la luz de un sol tan caprichoso que tan pronto puede ocultarse durante 20 horas seguidas como decidir que eso de levantarse y ponerse todos los días es demasiado agotador.
Desde nuestros territorios con seguro de sol y excelentes productos gastronómicos no cabe otro sentimiento que la más pura admiración. ¿Cómo es posible que esa gente pueda sobreponerse a las duras condiciones impuestas por el clima y consiga ser moderna y civilizada? Aquí, en teoría, lo tenemos mucho más fácil y la cosa está fastidiadita. ¿Poseerán los suecos algún mágico secreto similar al ya desgastado tai-chi o a las manidas propuestas zen?
Tal vez esta mezcla de admiración y sentimiento de inferioridad con la que contemplamos a los países nórdicos en general y a Suecia en particular sea en parte responsable de la buena aceptación que tradicionalmente han tenido por estos lares las manifestaciones culturales provenientes de aquellas frías regiones. El cine de Bergman o las pinturas de Anders Zorn solamente son ejemplos palpables de una corriente que también se ha extendido a la literatura.
De hecho, en las últimas décadas, varios literatos suecos han obtenido una popularidad sin precedentes cultivando un subgénero conocido como novela negra.
Desde luego, sería tonto por mi parte achacar exclusivamente el éxito de la novela negra sueca a tan particular planteamiento. No debemos olvidar otros factores como, por ejemplo, la calidad literaria.
Con el único afán de dibujar un panorama esquemático diré que el indiscutible talento plasmado por Maj Sjöwall y Per Wahlöö en sus diez novelas negras protagonizadas por el detective Martin Beck, allá por los años 60, allanó el camino para todo lo que vino después.
Henning Mankell heredó casi todo el prestigio de Sjöwall y Wahlöö con las aventuras del comisario Kurt Wallander. Y la trágica muerte de Stieg Larsson hizo el resto.
Actualmente, novela de suspense sueca equivale a best-seller. Y está claro que las editoriales españolas no renunciarán fácilmente a una brecha tan rentable como ésta.
Así que, de un tiempo a esta parte, hemos encontramos en nuestras librerías (ocupando cada vez mayor espacio) títulos de Asa Larsson, Anna Jansson, Lars Kepler y, por supuesto, Camilla Läckberg.
En lo tocante a esta última autora, hace un tiempo decidí acometer la lectura de su primera novela, La Princesa de Hielo. El pasado agosto, para ser exactos. Naturalmente, había oído hablar muchísimo de ella durante los meses previos y digamos que me dejé embaucar por el enorme dispositivo publicitario desplegado por Ediciones Maeva.
“Si realmente es la reina de la novela negra, me dije, habrá que darle una oportunidad”. ¿El resultado? Totalmente esperable: mucho ruido y pocas nueces, al menos si nos ceñimos al género de suspense.
Porque lo primero que hay que decir de esta obra es que, por mucho que los muchachos del departamento de mercadotecnia se empeñen, no se trata de una novela negra. Aun aceptando que dicho subgénero ha vivido cierta evolución desde que fue definido hace 60 años, deben existir una serie de elementos sin los cuales no es posible colocar esta etiqueta a un producto determinado. Algunos de esos elementos son: marcada crítica social, puesta en escena cruda y violenta y, aunque no sea totalmente imprescindible, un desarrollo situado en los bajos fondos de una gran ciudad.
Cualquier simple vistazo a la trama de La Princesa de Hielo bastará para haceros comprender que el libro no cumple siquiera con estas pocas características básicas. Si no me creéis, aquí os dejo un resumen del argumento.
Erica Falk es una escritora sueca de unos treinta y cinco años que está pasando por una mala racha. La desgraciada muerte de sus padres en un accidente de tráfico la ha obligado a trasladarse a la casa familiar de Fjällbacka, una pequeña localidad costera donde ella misma creció, para ocuparse de los asuntos que siempre conllevan las tragedias.
Últimamente viene notando cierta pérdida de interés por su trabajo y cada vez se encuentra más preocupada por su hermana pequeña Anna, casada con un peligroso individuo que comienza a maltratarla.
Por si esto fuera poco, Álex, su mejor amiga de la infancia, aparece en muerta en la bañera con las muñecas seccionadas. Todo el mundo opina que ha sido un suicidio, pero la investigación pronto revelará que se trata de asesinato.
Sin ser plenamente consciente de ello, Erica comienza a involucrarse en las pesquisas policiales, lo que le da pie a conocer al comisario Patrik Hedström, un apuesto individuo que pronto se convertirá en algo más que un amigo para ella, una puerta hacia el tan ansiado cambio de rumbo.
Como veis, la novela no se desarrolla en los bajos fondos de una gran urbe sino en una pequeña localidad pesquera de Suecia donde nunca parece ocurrir gran cosa; tampoco posee una puesta en escena oscura o violenta ya que, junto al caso criminal, narra con todo lujo de detalles la floreciente historia de amor entre Patrik y Erika. Y en cuanto a la crítica social…bien, ciertamente la autora hace esfuerzos por plantearla, pero, como comentaré más adelante, jamás consigue que ésta cuaje.
Estructuralmente, las 415 páginas que componen La Princesa de Hielo en su formato de bolsillo se dividen en 6 grandes capítulos de extensión variable. Cada una de estas secciones se abre con unos cuantos párrafos escritos en cursiva que aportan el punto de vista de uno de los personajes clave de la trama, sembrando en el lector la duda acerca de si la autora nos está metiendo de lleno en la mente del asesino de Álex. Dichos párrafos contrastan, por su cualidad bizarra, con el resto de texto que compone la obra.
El estilo de Camilla Läckberg es directo y fluido, sin florituras que saquen bruscamente al lector de la narración.
En la novela se da un adecuado equilibrio entre diálogo directo y monodiálogo (esto es, el conjunto cavilaciones que hacen para sí mismos los personajes involucrados) lo que, unido a la contención empleada en la caracterización de personas y lugares, convierten este título en un libro fácil de leer.
Para construir el relato, la autora emplea un narrador omnisciente en tercera persona del singular bajo el punto de vista de varios personajes, aunque con gran preponderancia de la pareja protagonista: Patrik y Erica.
A mi modo de ver, la mayor virtud de la obra es el empeño que Camilla Läckberg pone en dotar de entidad a todos los personajes secundarios, incluso aquellos que intervienen en la historia durante cuatro o cinco páginas. Naturalmente, con semejante extensión ni el escritor más hábil puede crear personajes complejos, sino más bien esbozar rasgos prototípicos que traigan a la mente del lector episodios de su vida donde se haya topado con sujetos similares. Al fin y al cabo, casi todo el mundo tiene o ha tenido contacto con alguna ancianita adorable, una madre adolescente en apuros o un jefe insufrible y la autora se aprovecha de ello para dar colorido a su novela, arrancándonos en no pocas ocasiones una sonrisita cómplice.
En este sentido, el personaje más brillante me parece el comisario Mellberg, que con su ego inflamado y su estrafalario peinado a cortinilla dirige a sus hombres ajeno a la pléyade de maldiciones que éstos vierten secretamente sobre él.
Sin embargo, el buen hacer de la autora con los secundarios no se traslada de manera adecuada a los personajes principales, que resultan un poco acartonados.
Patrik es, sencillamente, el hombre perfecto. Un policía diligente que transige en hacer el trabajo de sus compañeros más vagos con una sonrisa en el rostro, un individuo con buena mano para los niños e incluso un amante sobrenatural por su capacidad de hacer el amor cinco veces en una sola noche. ¿Quién no querría conocer a un hombre así?
Erica, por su parte, es la típica chica en plena crisis de los treinta. No le gusta demasiado su aspecto (de hecho quiere perder algunos kilos), no está segura acerca de qué debe esperar de la vida y su amor por Patrik la convierte en una tonta adolescente.
Claro que esta falta de profundidad no será obstáculo para que el lector conecte enseguida con los protagonistas. Una vez cubierto el primer tercio del libro, pensará que son un par de individuos de lo más majos y deseará que todo les vaya muy bien.
Argumentalmente hablando, La Princesa de Hielo consta de una trama principal, la investigación del asesinato de Álex y dos tramas secundarias, el tierno romance entre Patrik y Erica y las desventuras de Anna, hermana de la protagonista, con su violento marido.
Y aquí es donde todo comienza a torcerse. Ya que el hecho de que la trama menos lograda sea la principal se me antoja un problema bastante gordo, máxime cuando estamos hablando de una novela de suspense.
Aunque la cosa comienza bien. Se descubre el cadáver en las primeras páginas y Erica se ve obligada a hablar con varios de los parientes y amigos más cercanos de Álex. Pero el interés por el caso comienza a decaer sin remedio alrededor de la página ciento sesenta.
Exceptuando las conclusiones de la autopsia y un par de objetos claves que se descubrirán durante las investigaciones, apenas nos topamos con indicios materiales que hagan avanzar la investigación. Todo se reduce a entrevistas con familiares, amigos y otras personas del pueblo, involucradas por una u otra razón. Huelga decir que esta falta de variedad policial termina por aburrir al lector, por muchas colas de color que la escritora consiga colocar en torno a los secundarios.
Además, el hecho de que sea Erica quien deba hacer los descubrimientos más importantes del caso añade a la trama un punto de inverosimilitud alarmante, teniendo que recurrir en varias ocasiones bien a la ineptitud por parte de los agentes de la ley o bien a la casualidad más afortunada del mundo.
Ni siquiera la aparición de un segundo cadáver logra insuflar algo de interés a la historia, puesto que la autora se limita a exprimir constantemente los mismos asuntos por muy agotados que éstos se perciban.
En mi opinión, sólo existiría una manera de que el caso criminal hubiese resultado interesante: aplicando una poda indiscriminada de no menos de cien páginas.
Y para colmo, cuando parece que las sorpresas comienzan por fin a ser reveladas, la situación no mejora en absoluto, ya que Camilla Läckberg malgasta sus giros en construir una historia retorcida acerca del pasado de la víctima en lugar de, simplemente, revelar el nombre del asesino.
A uno le queda la impresión de que el crimen que pone en marcha la trama no es más que un Macguffin mal camuflado, una simple excusa para revelar los terribles secretos que guardaba Álex, secretos que no se hilvanan de forma coherente con la decisión del asesino de acabar con la vida de la muchacha, mucho menos con la identidad del mismo.
Otra característica que convierte La Princesa de Hielo en una novela mal rematada es la escasa pericia de la autora a la hora de exponer los trágicos hechos ocurridos varias décadas atrás.
Lo que se nos cuenta es terrible, pero en ningún momento se percibe un peso dramático adecuado. En ocasiones, las reacciones de algunos personajes pecan de melodramáticas, como esa escena en la que a un personaje le da un infarto justo cuando termina su confesión, mientras que en otros momentos dichas reacciones pecan de estar fuera de tono o ser directamente absurdas.
Ni siquiera el mensaje principal que se adivina tras el texto (la libertad en los pueblos pequeños es una mera ilusión ya que cada cual ejerce de policía de su vecino) queda expuesto de forma contundente, sino que aparece entrelazado en ese desatino que es la resolución del caso.
En contraste con la trama principal, el enamoramiento de los protagonistas resulta de lo más sensible y vibrante. La indecisión que suele caracterizar las primeras etapas de cualquier relación aparece muy bien descrita y la discrepancia entre la idealizada visión de nosotros que alberga el ser amado y nuestra propia mirada crítica es fuente de muchas situaciones divertidas. Cuando la trama principal pierde interés, y hasta el rumbo, estas entretenidas peripecias a lo Bridget Jones entre Patrik y Erica acuden al rescate, impidiendo que abandonemos el libro definitivamente.
Por último, la trama de Anna y su inestable marido posee la función de aportar un contrapunto serio a la alocada peripecia de la protagonista, además de actuar como cliffhanger para la segunda novela de la serie. Y si bien aparece mucho mejor expuesta que la trama policial que supone el centro de esta obra, tampoco abandona jamás ese aire superficial con que Camilla Läckberg expone sus elementos dramáticos.
En resumen, La Princesa de Hielo fracasa notablemente como novela de suspense. Sin embargo, los buenos ratos que las andanzas de Patrik y Erica me han aportado hacen que me sienta indulgente con su autora.
Al fin y al cabo, se trata de su primera obra. Si consigue construir intrigas policiales medio decentes y mantiene la frescura de sus tramas personales estilo chick-lit, se consolidará como una digna productora de best-sellers. Libros sin demasiadas ambiciones que resultan ideales para leer en la playa con la intención de desconectar de nuestra agobiante rutina diaria. Ni más, ni menos.