Acerca de:El Misterioso caso de Styles [Agatha Christie]
Ventajas:Lo fácil que resulta de leer y la verosimilitud de las tramas secundarias
Desventajas:La inactividad de gran parte de los personajes y algún detalle forzado en la resolución
La primera obra publicada de un novelista cualquiera suele despertar, tanto en el público en general como en aquellos que se ganan la vida ejerciendo de críticos, dos corrientes de opinión tan definidas como enfrentadas.
Por un lado, están los que piensan que ese primer libro será, irremediablemente, el mejor de la carrera del autor de que se trate, en tanto en cuanto habrá sido escrito desde una libertad absoluta, ajeno a las ulteriores presiones por satisfacer a un sector determinado del mercado. Y presentará cotas de originalidad difíciles de superar, aunque sólo sea porque todo lo que venga después no podrá volver a ser calificado de novedoso.
Por otro lado, no faltan quienes razonan que la habilidad para abordar temas enjundiosos, crear personajes creíbles y construir tramas interesantes mejora con el paso del tiempo, de manera que una obra primeriza no podrá más que mostrar potencialidades que sólo mediante la práctica continuada del arte de escribir, lograrán un adecuado desarrollo.

Sin embargo, en el caso de Agatha Christie, me veo inclinado a optar por una tercera vía a la hora de hablar de su primera novela, El Misterioso Caso de Styles (1920).
Ciertamente no puede tenerse como la mejor obra de la autora porque, a lo largo de su dilatada carrera, ideó mecanismos para ocultar la identidad del asesino mucho más admirables (el que utilizaba en Muerte en las Nubes se encuentra entre mis predilectos). Y tampoco puede considerarse que el talento como narradora de la señora Christie fuera desarrollándose con el paso del tiempo, puesto que ni la exposición de temas profundos ni la construcción de personajes complejos parecían importarle demasiado.
Su trabajo en el campo de la literatura de detectives tiende a verse, más bien, como una colección de juegos intelectuales, tanto más satisfactorios cuanto más libres estuvieran de sucias artimañas para con el lector. Un trabajo en el que la cronología no es más que un mero accidente.
Así, El Misterioso Caso de Styles, su debut editorial, me parece una obra tan válida como las demás, ni más, ni menos. Una novela sin ninguna particularidad relevante (fuera de un par de detalles que comentaré más adelante) derivada del hecho de ser la primera que escribió.
He aquí lo que os encontraréis si decidís empezar a conocer a la señora Christie por el principio.

Arthur Hastings, orgulloso miembro del ejército británico, es invitado durante un permiso a Styles, una magnífica casa de campo situada en Essex en la que se respira un ambiente enrarecido. El motivo de ello es el reciente matrimonio de Emily Inglethorp, la adorable septuagenaria que ejerce con generosidad y rectitud de matriarca de la casa, con un desvergonzado cazafortunas llamado Alfred, veinte años más joven que ella.
Ni sus hijastros, ni su nuera, ni su protegida, ni su secretaria personal han visto con buenos ojos esta unión, llegando, incluso, a temer por la seguridad de la anciana.
Por desgracia, los hechos pronto les darán la razón, ya que, cierta noche, la señora Inglethorp despierta entre convulsiones, atinando a duras penas a dar la voz de alarma antes de morir. Cuando se constata que parece haber sido envenenada con estricnina, Hastings hace llamar a un antiguo amigo suyo, el detective Hercule Poirot, para que se haga cargo del caso con toda discreción.

El primer aspecto llamativo de esta novela es el evidente homenaje que Agatha Christie brinda a Arthur Conan Doyle. Si el escritor escocés tenía al doctor Watson para narrar meticulosamente las andanzas del genial Sherlock Holmes, la autora inglesa también recurre a esta estructura, con Arthur Hastings ejerciendo de vínculo entre detective y lector y Hercule Poirot intentando aportar sus toques de genialidad por encima de su manera de ser atildada, vanidosa y un tanto aborrecible.
Este homenaje puede contemplarse con toda claridad en el comienzo de la novela. De hecho, si la primera página guardara mayor parecido con el inicio de Estudio en Escarlata, estaríamos hablando de plagio. Hastings comienza revelando que cayó herido en el frente, que pasó meses de convalecencia, que le concedieron un permiso y que, no teniendo amigos ni parientes cercanos, se tropezó casualmente con una vieja amistad. ¿Os suena?
Sin embargo, este homenaje termina ahí. En la estructura. Porque, respecto al contenido de la investigación, la autora establece, desde esta primera obra, su sempiterna preferencia por las pistas lógicas, en detrimento de las pistas materiales. Esto no quiere decir que Poirot no encuentre en el cuarto de la finada ciertos indicios materiales, como una taza destrozada, una mancha de café en la alfombra o un goterón de cera, sino que ninguna de estas pistas estará directamente relacionada con el asesino. Lejos de confiar todo a la lupa, como solía hacer Conan Doyle, a Christie le parece más interesante explotar las reacciones de los personajes, su conducta, sus comentarios y las órdenes dadas a la servidumbre, como medio para resolver el misterio. Tal es el método de Poirot: reconstruir el caso desde un punto de vista psicológico para detectar pequeños detalles que no encajan. Diminutos hilos lógicos de los que tirar hasta desenmascarar al culpable.
Otra de las cualidades clásicas de la autora que puede rastrearse ya en este título primerizo es el esquema “trama principal + tramas secundarias”. Precisamente, la verosimilitud de casi todas las tramas secundarias, que aparecen adosadas al asesinato de Emily Inglethorp para despistar al lector y dar al texto una extensión aceptable, es digna de mención. Sucede un poco lo que ocurría en Muerte en el Nilo, publicada diecisiete años después de esta obra. Las subtramas quedan tremendamente naturales, en la medida en que se derivan de la entendible, aunque infame, codicia que a todos nos movería si tuviéramos una pariente anciana y asquerosamente rica.

Claro que, como explicaba al inicio de este texto, por más que El Misterioso Caso de Styles pueda considerarse en un noventa por ciento igual al resto de la producción de detectives de la autora, existen un par de detallitos que los individuos muy tiquismiquis podrán esgrimir para defender la idea de que, al fin y al cabo, Agatha Christie aún se encontraba aprendiendo el oficio en esta primera etapa de su incipiente carrera. Es cierto que se echa de menos un poco más de actividad en sus personajes, un poco más de vidilla, un poco más de sangre. Si bien los personajes de la autora nunca fueron otra cosa que estereotipos, aquí parecen no tener más objetivo en la vida que participar, de un modo u otro, en el crimen, limitándose a matar el tiempo cuando el foco narrativo se aleja de ellos.
El segundo detalle hará esbozar, con toda seguridad, una sonrisa a todos aquellos que hayáis intentado, en alguna ocasión, crear un relato de detectives. El escritor inexperto pone tanta energía en la tarea de hacer que todo cuadre, de idear un plan tan a prueba de bomba, que los espacios que deja para que el investigador triunfe son, además de estrechos, bastante poco creíbles. Es la tiranía del género. Porque, ¿quién querría leer una novela de detectives en la que el criminal terminara por salirse completamente con la suya?
Fecha:20:30:34 12/10/11
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Categorías:Ocio y cultura