El Grand Mayan de Acapulco es un hotel inolvidable. Recordaré toda mi vida aquella inmensa piscina de un kilómetro por lo menos de longitud, con sus distintas profundidades, en la que cabíamos todos los que estábamos hospedados y los vecinos de los alrededores. Tienes que verla para creer que una piscina pueda hacerte olvidar tus ganas de nadar en el mar abierto.
Es un hotel de habitaciones amplias, muy limpias, cómodas. Hubiera podido disfrutar más de nuestra habitación con cocina si los empelados no fueran tan clasistas. Fue verme entrar con el uniforme de azafata y tratarme casi como a una sirvienta. Mi marido llevaba un día en el hotel y se enfadó mucho al ver como cambiaba el trato del personal. Mientras pensaron que era una persona de clase alta, lo trataron como a un rey. Cuando vieron que éramos clase trabajadora, el trato fue muy diferente. La única ventaja del trato distante recibido es que no nos agobiaron como a unos amigos nuestros, que también se alojaban en el hotel, con lo de hacernos socios de no sé qué club de socios.
Es un hotel muy caro. Nos clavaron al cambio unos 200 euros por noche. Es como para pensártelo. Y te lo piensas más cuando encuentras deficiencias en tu cuarto. Yo espero de un cinco estrellas que la cocinilla encienda al momento y que no tenga que esperar más de cinco minutos a que se caliente para poder prepararme un café.
Por todo había que pagar extras. Hasta por conectarte a Internet en la sala de ordenadores. Lo único que no conlleva extras son las piscinas y el parque acuático.
Comprar regalos en la tienda del hotel estaba al alcance de pocos. El mismo artículo lo podías adquirir en una tienda de Acapulco por la mitad de precio. Mi marido se empeñó en comprarse una camiseta con el logotipo del hotel por la que tuvo que apoquinar 90 euros al cambio. Allí te arruinas.
Lo más ventajoso del hotel es su seguridad. Allí nadie te roba nada.