Mirando hacia atrás, parece que hayan transcurrido treinta años, aunque apenas hayan sido siete. Acompañado tímidamente por algún otro de mis amigos, yo también formé parte, durante un tiempo, de aquel incomprendido colectivo que se negaba a poseer teléfono móvil, por mucho que estos cacharros se estuvieran poniendo más y más de moda cada día que pasaba.
¿Mis razones? Bueno, supongo que la tozudez ante el hecho de que, por enésima vez, las grandes empresas nos la estuvieran colando, tuvo muchísimo que ver. Eso y el recelo a los efectos supuestamente nocivos que producían en nuestros cerebros y genitales los campos electromagnéticos de estos cacharritos.
Pero ya sabéis lo que ocurre con estas cosas. Unos cuantos individuos jamás podrán conseguir que sectores amplios de la sociedad les tomen lo suficientemente en serio como para cambiar una corriente de pensamiento cuando los que mandan deciden establecerla, a menos, claro está, que esos individuos sean ecologistas y tengan buenos contactos.
La presión de mis padres fue incrementándose y mis amigos comenzaban a pensar que el verdadero crimen que se estaba cometiendo con sus genitales era la infrautilización forzosa a que se veían sometidos; crimen que, para colmo, ya les empezaba a repercutir en el cerebro. Así que al final, claudiqué. Una tarde, acudí a la tienda más cercana de la desaparecida operadora Amena y compré un Siemens A65. Mi primer teléfono móvil. Le guardo mucho cariño.
Se trataba de un aparato muy bonito y elegante, con su diseño de bordes redondeados y su color plata clarito. Era extraordinariamente cómodo de llevar en el bolsillo, gracias a unas dimensiones ridículas (unos 10 centímetros de largo, 4,5 de ancho y casi 2 de grosor), un peso inapreciable (menos de 75 gramos) y a la ausencia de antena exterior.
Si no fuera porque, con el correr del tiempo, se hicieron móviles aún más pequeños, cualquiera que viera este modelo, pensaría que estaba frente al juguete de algún niño.
Venía provisto de una batería de litio que, como muchas de las que se fabricaban por aquel entonces, parecía indestructible. Mantuve este teléfono en funcionamiento durante unos 5 años y, al final de ese periodo, la carga aún me duraba una semana completa, con un tráfico moderado de mensajes y llamadas.
También poseía una pantalla a color de 1,5 pulgadas, aproximadamente (¿para qué más?) y la capacidad de reproducir politonos; ambas características muy apreciadas en aquellos tiempos, ¿verdad?
A pesar de que nunca me dio por acceder a internet con este invento, en el manual de instrucciones se especificaba claramente que contaba con tecnología 2G y WAP. Ni bluetooh, ni infrarrojos, ni ninguna modernez de esas.
¡Ah! Y otra cosa que siempre me intrigó. En el menú principal, del que os hablaré dentro de un rato, aparecía una opción llamada cámara. Cuando pulsaba sobre ella, me salía una ventana que decía “instalar cámara clip-on”. Por lo visto, entre los accesorios comercializados por la marca Siemens para este modelo, se encontraba una cámara que se podía conectar a la entrada del cargador de batería. En mi caso particular, el único accesorio que venía incluido con el móvil era dicho cargador. Y puesto que jamás tuve necesidad de utilizar un manos libres, un cargador de mechero o de conectar este teléfono a mi ordenador (sí, existía un cable de datos para lograr tal cosa), nunca compré ningún otro accesorio.
Los controles exteriores eran envidiablemente sencillos. No había botones laterales, ruedecillas ocultas ni ninguna otra zarandaja suplementaria, aparte del teclado numérico y tres botones, situados justo encima de éste, provistos de varias zonas distintas de pulsación.
El pequeño altavoz de la parte superior y el micrófono de la parte inferior, flanqueado por la entrada del cargador de batería, suponían la totalidad de características observables en el teléfono antes de encenderlo.
La pantalla principal mostraba dos atajos, uno a la izquierda y otro a la derecha. Dos pequeños rectángulos pegados al borde inferior del display, para no dificultar en lo más mínimo la contemplación de la imagen que cada cual decidiera establecer como fondo.
Pulsando sobre la parte superior del botón izquierdo que aparecía justo encima del teclado, podíamos acceder directamente a nuestra agenda de teléfonos; mientras que si pulsábamos sobre la parte superior del botón derecho, accedíamos al menú principal. La parte inferior de dichos botones correspondía a la función “aceptar una llamada” y “rechazar una llamada/colgar”, respectivamente. El botón central estaba dividido en cuatro partes. Cuando nos encontrábamos en la pantalla principal y pulsábamos hacia abajo, hacíamos aparecer la agenda; pulsando a la izquierda, se nos mostraba la cantidad de kilobytes que habíamos transferido desde el terminal y pulsando a la derecha, también accedíamos al menú principal. La pulsación hacia arriba sólo tenía la utilidad de desplazarnos por los submenús, por la agenda y esas cosas.
El menú principal también era sencillo a más no poder. Solamente estaba provisto de nueve iconos. Descartando el icono de cámara y el de navegar (como ya he dicho, nunca los utilicé), tenemos, para empezar el icono “guía telefónica”. Desde aquí podíamos añadir un nuevo número a nuestra agenda, consultar los teléfonos que teníamos guardados e, incluso, ordenarlos por grupos.
El icono “archivos” permitía consultar la información referente a llamadas perdidas, llamadas aceptadas, números marcados y duración de llamadas entrantes o salientes.
El icono “tonos” servía para ajustar el volumen de nuestros sonidos y para cambiar el tono que teníamos fijado como sonido de llamadas, sonido de mensaje, alarma, sonido emitido al pulsar las teclas, etcétera.
El icono “mensajes” servía para crear y enviar nuestros SMS o MMS. Desde aquí también se podía acceder a una serie de plantillas de texto para enviar en caso de que tuviéramos mucha prisa (“no he podido localizarte”, “¿cuándo llegas?”, “¿cómo estás?” y esas cosas) y también se podía activar ese modo de texto predictivo que, en teoría, facilitaba la escritura de mensajes y que yo nunca he sabido manejar.
El icono “extras” ofrecía unos cuantos juegos simplones, pero entretenidos (y, recordémoslo, a color), la función despertador, una calculadora y un cronómetro que, curiosamente, constituía el modo más eficaz de descargar la batería en un ratejo.
El icono “contenido” permitía acceder a los diversos sonidos e imágenes almacenados en el aparato. En total, tres fondos de pantalla a todo color y dieciséis sonidos más o menos largos. Alucinante.
Por último, el icono “configuración” servía para modificar nuestro perfil de audio (ambiente ruidoso, normal, silencioso, etcétera), para configurar el idioma, el fondo, la iluminación, el contraste, el protector y la combinación de colores del display, para activar el servicio de llamada en espera, los desvíos y mantener nuestro número oculto cuando llamábamos, entre otras cosas. También servía para modificar la fecha y hora del reloj, configurar los perfiles de intercambio de datos y activar diversas opciones de seguridad. Punto y final. Nada que no pudiera ser aprendido en una tarde.
Como decía al principio, le guardo mucho cariño a este teléfono móvil y no sólo porque fuera el primero que tuve. La eficiencia de la batería a lo largo del tiempo, la robustez del aparato (se me cayó dios sabe cuantas veces y como si nada) y el impecable historial de averías y fallos internos me parecen razones de peso.
El manejo de las teclas se hacía bastante cómodo. De hecho, éstas tenían las mínimas dimensiones imprescindibles para no tener que recurrir a la uña.
En su contra hay que apuntar el hecho de que su funcionamiento resultaba demasiado lento. Acceder a un SMS almacenado requería una espera de tres o cuatro segundos. Repasar las imágenes exigía una espera similar, cargar juegos implicaba un intervalo de entre diez y veinticinco segundos (dependiendo de cuál se tratara). Y las maniobras de encendido y apagado se hacían, asimismo, bastante pesadas.
Claro que, ahora que lo pienso, esto del encendido y apagado también sucede con los móviles de hoy en día y nadie parece quejarse por ello. Como tampoco nadie protesta por el hecho de que las modernas joyas de la ciencia y la tecnología que venden en la actualidad tengan un tiempo de vida útil de lo más discreto. En fin, otra que nos han colado. Y van…