Me quedé a cuadros cuando llegué al Hotel Arenal Bilbao, donde mi marido había reservado habitación, y me dicen que tengo que subir a patas un piso porque el ascensor no subía hasta la sexta planta. Tirar de dos niñas por las escaleras es casi imposible para mí. Estuve a punto de darle las niñas al botones y subir yo las maletas.
La habitación, quitando lo del ascensor, no me disgustó. Era discreta, amplia, con una cama de matrimonio grande, un escritorio, televisor de plasma, estaba limpia. No había queja. Mis quejas empezaron cuando vi el cuarto de baño rosa con una bañera que había conocido mejores tiempos y otras modas. Me consolé pensando que tenía una ducha dentro de aquella bañera con mampara.
De noche encontré más desventajas: los ruidos de la calle despertaban a mis hijas y me harté de intentarlas dormir con el cuento de Caperucita. Generalmente se duermen con este cuento porque les da miedo que el lobo se coma a la abuelita. Pero ni con esas. La insonorización en este hotel brilla por su ausencia. Los empelados dicen que no se puede hacer nada porque es un edificio histórico.
Lo mejor del Hotel Arenal Bilbao es su ubicación en el casco histórico. Te queda a un paso de todos los sitios de interés turístico en Bilbao. Y menos mal que tienes cerca un montón de cafeterías para completar el desayuno que te dan en el hotel. Yo salí con hambre y mis hijas igual. El desayuno buffet que te ponen no es nada variado. Por ejemplo, no había ni un yogur. Del fiambre mejor no os hablo y la fruta estaba muy madura para mi gusto.
No os recomiendo ni os dejo de recomendar este hotel. El Hotel Arenal Bilbao cobra mucho para los servicios que ofrece al cliente. Deberían remodelarlo. Daba pena ver las alfombras del pasillo tan gastadas como si les hubiera pasado un ejército pro encima.