No me gustó el Café Reggio (Nueva York)por mucho que mi marido diga que tiene el mejor café de Nueva York. Para mí es tan importante el local como el café que sirven. No me importa que el café sea muy bueno si no me gusta el local.
Está en MacDougal Street desde 1927 y está como el día en que lo inauguraron. No se les ocurrió a los dueños remodelarlo. Lo tienen con mesas de otros tiempos, cuadros de otros tiempos, suelos de otros tiempos, barra de otros tiempos y todo de otros tiempos. No parece que estés en Nueva York. Yo me sentí como si estuviera en un pueblo perdido en Castilla.
No pude apartar la vista del cartel de la Belle Epoque que decía que era el mejor café de Nueva York. Mi marido tenía razón: ellos también pensaban lo mismo porque habían puesto en un cartel lo buenos que eran. Lástima que las viejas mesas degastadas no dijeran lo mismo. Aquellas mesas olían a vejez y a humo. Me fastidiaron el sabor del café. Tuve que pedir una tila. ¿Una tila? NO sabían que era aquello. Me trajeron un té oleroso que me hizo recordar la India profunda.
Mi marido se fijó en la máquina del cafe. Decía que era tan vieja que merecía estar en un museo. No me quedaron ganas de más café. Me centré en unos croisants rellenos que había pedido mi santo. Estaban buenos. Después seguí con un tiramisú. Los camareros, viendo mi buen apetito, vinieron a ofrecerme pasta italiana, sandwiches y todo lo que tenían en la carta. Le dije que no quería más. Menos mal que no me metí en la pasta italiana. La cuenta subió a las nubes con los pasteles, los cafés y el té moruno. El Café Reggio (Nueva York)no es apto para todos los bolsillos.
No os lo recomiendo.La decoración avenjentada del local te quita las ganas que puedas tener de un buen café. Además, le falta vidilla. Te sientes como en el café frecuentado por los poetas pobres.