Estuve con mi chico unos días en el Best Western Hotel Trafalgar, Madrid, un hotel céntrico que no está nada modernizado. Tiene una decoración de los años setenta que te quita las ganas de dormir. La cama también es de la época de la serie Cuéntame: grande, de matrimonio y con un colchón de muelles que amenaza con sacar un muelle de dentro si te mueves mucho.
Mi chico se desesperaba con el televisor. Es tan futbolero que quería ver su partido de fútbol en aquel aparato de los años setenta. Lo dejo por imposible porque las imágenes eran malas y el sonido era peor.
Yo me desesperaba en el cuarto de baño. Todos los sanitarios eran marca Roca y más antiguos que los de los lavabos públicos de la última estación de tren de la última aldea perdida en este país nuestro. No os quiero ni hablar de la presión del agua. Fue horrible tener que bañarme en aquella bañera que me recordaba la de la casa de mi abuela cuando yo era niña.
Los empleados del hotel hacen lo que pueden para ofrecer un buen servicio. Por ejemplo, reponen continuamente los geles, toallitas desmaquillantes y cremas de dientes que te dejan. Mi chico utilizó el cepillo de dientes y dijo que era bastante bueno. Yo siempre uso mis propios geles y mis propios cepillos de dientes. Soy muy maniática para esas cosas.
En otras cosas no están tan al tanto. Por ejemplo, me sorprendió que en una habitación de no fumadores hubiera un cenicero encima del escritorio. Debe ser que no son muy estrictos con los fumadores que fuman en habitaciones de no fumadores. Mi chico decía que le olía a tabaco. Yo no notaba olor a tabaco, pero abrí la ventana una tarde entera para que se fueran los olores del tabaco.
No os recomiendo este hotel. Pese a su ubicación céntrica no te compensa. Si por lo menos tuviera un buen televisor, pero ni eso. Nosotros echamos muy en falta el buen televisor de plasma al que estamos acostumbrados.