El Hotel Carmen Teresa de Torremolinos es un tres estrellas que deja mucho que desear. Nada más entrar ya te das cuenta de lo que te espera al ver el modesto hall.
No te engañas con las primeras impresiones. Nuestra habitación era minúscula. Si llegamos a estar un par de días más, salimos con los papeles de divorcio. Un matrimonio necesita una habitación amplia. Encima no te podías distraer con actividades organizadas porque no había ninguna. Como no te los supieras montar por tu cuenta, te aburrías como las ostras en la playa.
La decoración está pasada de moda. Nuestra cama era estilo años 70, nada moderna. Menos mal que era bastante cómoda.
Para desayunar nos servimos en el buffet un café bautizado con agua. Estaba tremendamente aguado. Aquello era agua pintada con café. Lo mismo puedo decir del zumo de naranja. Con una naranja te hacían un vaso de zumo. ¿Una naranja he dicho? ¡Media naranja! Mi vaso tenía menos zumo que un refresco de fanta. El fiambre ni lo probé. Tenía un aspecto de oferta de supermercado que no podía con él.
Mi marido me convenció para quedarnos a cenar. Lamenté haberme dejado convencer. Nos sirvieron un arroz peor que la paella que prepara mi suegra los sábados. Había un plato de carne que encontré muy seca. De postre sólo había yogures y manzanas. Una gran variedad, sí señor.
Del personal del hotel no tengo queja. No es que fueran muy profesionales, pero se esforzaban en hacer bien su trabajo. Me llamó la atención que fueran todos extranjeros. Supongo que trabajarían por poco sueldo.
La playa nos quedaba a unos 400 metros. No hacía falta coche. Tampoco necesitabas automóvil para ir de tiendas. En 300 metros a la redonda podías fundir la Visa. Para ir de marcha tienes a tiro de piedra la zona del puerto, unos quince minutos de caminata.