Espido Freire inventa en El chico de la flecha un niño del Imperio Romano tan poco creíble que te vienen ganas de cerrar el libro y devolverlo a la librería. Yo sólo lo acabé de leer porque es un libro de poco más de doscientas páginas. Lo lees rápido pese a ser un libro bastante malo.
Se supone que es una novela juvenil, pero nada tiene que ver con las novelas juveniles que leí en mi adolescencia e infancia. Esta novela aburre a los adolescentes fijo. No creo que haya un sólo quinceañero en España interesado en la mucha fantasía que le echa Espido Freire al cuento. Ella crea que está novelando la realidad de hace veinte siglos, pero se le escapa la mano y la cabeza.
Intenta meterse en el Imperio romano, por supuesto. Por ejemplo, poniéndole a Marco una amigo esclavo. Los dos niños van descubriendo un mundo sofisticado en el que la gente se divierte con entretenimientos llenos de brutalidades. No falta el guiño feminista de Espido Freire: Se explaya hablándonos de la vida de las mujeres, que casi son menos libres que los esclavos.
No os recomiendo este libro, sobre todo si eres una adolescente. Es un libro que se queda en un quiero y no puedo. Espido Freire sigue siendo tan mala escritora como cuando ganó el Premio Planeta.
En El chico de la flecha no es muy imaginativa. Nos cuenta como el esclavo de Marco va siendo vendido como castigo por una travesura que han hecho los dos niños: cazar un ciervo en un terreno privado. El ciervo no lo cazan, por supuesto. Cazar con flechas no es una tarea fácil, y menos para un niño tan señorito como Marco, quien acaba gravemente herido en una pierna. Peor suerte corre su esclavo. Te da pena que lo vayan vendiendo como un saco de patatas. Menos mal que al pobre Aselo lo recatan de la cantera Marco y su tío Julio. Me dejó emocionada el rescate, pagando, claro.