El Chelsea Hotel me decepcionó. Esperaba algo mejor cuando llegamos y vimos una maravillosa fachada de estilo gótico victoriano con sus balcones de hierro forjado. Mi marido nos dijo que no nos podíamos quejar. Nos había llevado a un hotel majestuoso que debía ser el lujo supremo, como a mí me gusta. Acabamos quejándonos todos, también las niñas.
El hall de la entrada me gustó, pero, cuando me fijé más, y tiempo tuve a fijarme en la semana larga que estuvimos por allí, le empecé a encontrar fallos. Era un hall que parecía un museo de arte moderno, con muchos cuadros y muchas esculturas, pero no estaba bien cuidado. En algunas partes de las paredes encontrabas despintados. Esto daba mal impresión.
Peor impresión me dio la cama. Casi quedo sin espalda. No pude conciliar el sueño encima de un colchón más duro que las piedras de Egipto. Encima nos dieron las camas con unas sábanas sucias. Tuve que llamar a recepción para pedir sábanas limpias. Se disculparon. Eso es un punto a su favor. Sabían que no nos habían tratado bien. Yo cuando voy a un hotel sea en Nueva York o en Australia espero un mínimo de limpieza.
La única ventaja que tuvimos fue disponer de una habitación inmensa para cuatro personas. Casi era como un piso sin tabique. Había habitaciones más pequeñas pero yo pedí una de las grandes. No puedo vivir con falta de espacio y menos cuando estoy con mi santo y con mis dos preciosidades infantiles.
Mi marido, en cambio, estuvo más en su salsa porque en este hotel hay muchos artistas y poetas venidos a menos alojados. Le gusta verse rodeado de artistas. Yo hubiera preferido verme rodeada de artistas con dinero. A aquellos pobres no les podías vender nada porque no tenían dinero ni para pagar el hotel.
Este Chelsea Hotel podría mejorar si le hicieran alguna reforma. Sólo con que le dieran una buena mano de pintura en el interior y mejoraran la limpieza, ganaría de cara a los huéspedes que somos algo exigentes. También mejoraría si te recibieran cuando llegas. Si te descuidas no te dicen ni hola.