Nunca olvidaré mi caminata por la Ruta de los Puertos de Áliva ni mi viaje en un teleférico que metía más miedo que los teleféricos de las pistas heladas de Suiza. Tal vez era que yo tenía mi día de miedo. No lo sé. Lo que sí sé es que me dio tal ataque de ansiedad que no me tenía en el medio de la nada de los Picos de Europa.
El teleférico te sube hasta un hotel. Mi chico me contó que era uno de los teleféricos más viejos de Europa. Lleva unos 50 años funcionando, pero mucho antes había otro, uno que utilizaban los mineros de las minas para desplazarse ellos y sus materiales. Unos cien años lleva funcionando un teleférico, contando al de los mineros, por aquellas alturas.
Lo que más les gustó a mis hijas fue el Chalé Real, una casita de madera que le regalaron los dueños de las minas al Rey Alfonso XIII. Es una casita prefabricada muy mona. Mi chico decía que el antepasado de nuestro actual Rey de España no pasó mucho tiempo por aquella zona. Seguro que sólo fue de visita, igual que nosotros. Yo no me hubiera quedado a vivir en aquella casa por nada del mundo. Me gustan los sitios más poblados.
Había otras cabañas. Nosotros descendimos por un camino lleno de cabañas en las que se cobijaban los pastores. No es que vivieran en ellas, pero le servían para descansar cuando andaban por la zona pastoreando a las ovejas.
Yo me cansé de andar. Mi chico decía que no era una ruta larga, pero a mí me pareció eterna. Hubiera matado por una bicicleta. Mis hijas se fueron turnado en los brazos de mi esposo para llegar al final de la ruta por unos caminos rodeados de hayas y robles. Los árboles abundan. Hay más árboles que habitantes en aquellos pueblos olvidados de la mano del urbanismo.
El pueblo que me pareció más bonito fue Liévana. Sólo por ese pueblo os recomiendo esta Ruta de los Puertos de Áliva con muchos senderos para recorrer a pie o a bicicleta.