Me gustó mucho el The Albatroz Hotel, un hotel de lujo que se encuentra en los acantilados de la costa de Estoril, esa bonita ciudad portuguesa en la que he veraneado tantos años cuando era niña con mis padres. Es un hotel exquisito, decorado con gusto, muy limpio.
Estuve con mi madre hace cosa de tres semanas porque fuimos a la boda de una prima mía y pude comprobar lo bien conservado que lo tienen. Han sabido incorporar las comodidades que todos los clientes demandamos sin que desentonen las modernidades en un edificio antiguo que conserva muebles de otras épocas y elementos decorativos del pasado.
Me dieron una habitación de la ala antigua del hotel no muy grande, pero confortable. Tenía una cama muy cómóda que ya tenía sus años aunque no se le veía nada de polilla en el cabecero ni en otras partes de madera maciza. El suelo era de tarima de madera. había unas pequeñas alfombras rodeando la cama que retiré porque no me gustan nada las alfombras. Lo que sí me gustan son los espejos. Tenía un espejo de tocador ovalado que me hacía sentir como una princesa recién levantada de la cama.
El cuarto de baño era un todo mármol. Tenía una pequeña ventana como las de los barcos. Pero lo veías moderno: sanitarios nuevos, ducha con buena potencia, bañera en la que cabías sin hacer malabarismos, secador de pelo que secaba toda mi cabellera sin perder tiempo, toallas blancas y limpias que cambiaban todos los días...
The Albatroz Hotel es un hotel de diez. No me extraña que tenga cinco estrellas. Merece todas sus estrellas. Yo incluso le daría una más porque las vistas del acantilado desde las ventanas de algunas habitaciones como, por ejemplo, la que le dieron a mi madre, eran vistas de postal. Mi progenitora hizo unas fotografías de aquel mar batiéndose en las piedras que parecen de un cuento de hadas.
Os recomiendo este hotel. The Albatroz Hotel organizaba unas sesiones de cata de vinos cuando estuvimos nosotras. Tienen muy buenos caldos en su restaurante y de la comida sólo os puedo contar maravillas. Es una pena que sus desayunos no tengan más abundancia en fruta. Tenían mucha sandía, pero yo eché en falta más manzanas y peras. Lo que sobraba era la bollería. Te metían bollos por todos los lados.