A mí si no me gusta un envase, paso del producto. Es lo que me pasa como el Vermú blanco o rojo PETRONI que te venden envasado en botellas de farmacia. Le dije a mi marido que lo sacara del mueble bar porque estoy cansada de que las visitas me pregunten qué hay en la dichosa botella que parece no conocer nadie. Pues hay vermú, esa bebida que tanto gusta a mi suegra y que no te perdona un domingo antes de comer en familia. Como dicen mis hijas, la abuela se emborracha antes de comer. No es que llegue a tanto, pero lo de la madre de mi marido con el vermú es de hacérselo mirar.
Encima uno de sus vermús favoritos es el Vermú blanco o rojo PETRONI. Tanto le da que sea blanco o que sea rojo. Eso sí, que sea de la marca PETRONI. Hasta le gusta la botella. Dice que la ve muy de mujer. Yo la veo de esas cremas milagrosas que te venden en las farmacias y parafarmacias para untarte el cuerpo con lociones que prometen acabar con tu celulitis.
¿Más desventajas? Pues sí: el precio. Es un vermú muy caro. Te cuesta la botella de un litro 13,50 euros. Me parece mucho pagar por un vermú que compras para la suegra.
Tampoco me gusta su sabor. Empalaga. Te sabe a cítricos mezclados con flores. Es un sabor que te queda en la boca y que necesita un buen cepillado de dientes y lengua para que le puedas decir adiós.
Por todo eso no os recomiendo este vermú salido de tierras gallegas. De tener que beberlo, me quedaría con el blanco. Tiene un color blanco amarillo que no queda nada mal en la copa. Lo notas más fresco que el vermú rojo. Tal vez sean sensaciones sólo mías. Como os he dicho, mi relación con este vermú es más de odio que de amor.