Terry Pratchett lo expresó muy bien en su novela Mascarada: No hay nada que guste más a un editor que tener tanto dinero como para necesitar dos empleados que le sujeten los bolsillos. Quizá por eso (como ya he mencionado en Dividiendo a Kink) los responsables de la editorial que suele publicar la obra de Stephen King en castellano decidieran seccionar Skeleton Crew (1985), segunda recopilación de relatos breves del autor de Maine, en tres volúmenes.
Dichos volúmenes son La Expedición, La Niebla e Historias Fantásticas.
Tras haber hablado anteriormente de La Niebla, hoy, con el propósito de no dejar Skeleton Crew igual de cojo (en lo que a opiniones se refiere) que un bailarín de ballet obeso, dedicaré unas palabras a Historias Fantásticas.
Lo primero reseñable es que estamos ante el inevitable cajón de sastre. Mientras que en La Niebla y La Expedición se hizo un esfuerzo (o a mí me lo parece) por guardar cierta uniformidad en cuanto a la calidad de todos los relatos que integraban cada libro, este volumen está tan equilibrado como la báscula de El Increíble Hulk.
Permitid que me explique mejor. Los publicistas, cuando no tienen muy claro cómo vender una novela de misterio o terror, suelen acogerse a una frase muy socorrida: “provoca una montaña rusa de emociones”. Pues bien, en el contexto de Historias Fantásticas, esta frase me parece cien por cien aplicable…siempre y cuando tengamos en cuenta que, en lugar de alegría y tristeza, los puntos más alto y más bajo de esta montaña rusa se corresponden, respectivamente, con admiración y desesperanza.
Algunas de las trece piezas que integran Historias fantásticas hechizarán a los lectores, pero otras les provocarán ganas de tirar el libro a la basura. Sin apenas matices intermedios. Ahora que lo pienso, esto no deja de tener su gracia, ya que la mismísima carrera del señor King, tomada en su conjunto, suele suscitar entre los críticos corrientes de opinión igual de polarizadas.
Como me considero un tipo bastante optimista, comenzaré por los puntos más bajos del volumen para dejaros después con buen sabor de boca.
Es preciso comenzar este apartado mencionando los relatos Hay Tigres y Apareció Caín. Dos trabajos primerizos (publicados cuando el autor contaba con veintipocos años) sin apenas interés. El primero no parece ser más que la fantasía traducida a palabras de un joven Steve King aterrorizado por una profesora especialmente dura y por el típico matón de colegio.
El segundo tiene toda la pinta de ser una prueba para Rabia, la primera novela de Richard Bachman. Tal vez una prolongación de la fantasía reflejada en Hay Tigres, protagonizada, en esta ocasión, por un estudiante universitario que dispara contra varios compañeros.
Siguiendo con este odioso ranking de las decepciones, encontramos una nueva pareja de relatos: Reparto Matutino (El Lechero 1) y Ruedas: Un Cuento de Lavandería (El Lechero 2). Ambos procedentes de una novela inconclusa titulada El Lechero (como ya dije en mi opinión titulada Sesión Doble con Rarezas), son narraciones tan bizarras como sus títulos. La primera cuenta la historia de un lechero que entrega a los vecinos de una urbanización mercancía envenenada. Jamás llega a enganchar porque el personaje protagonista es demasiado simple. Un individuo que mata sin que se sepa por qué y sin que ni siquiera se perciba una locura interesante tras sus acciones. Se nota demasiado que este fragmento fue extraído de uno todo más ambicioso.
Lo mismo sucede con el segundo de estos relatos, un cuento en tono tragicómico acerca de dos borrachos insatisfechos con sus vidas y muy violentos que se encuentra con un camarada igual que ellos. El lechero aparece al final sin que se sepa muy bien por qué. Lamentable.
Para terminar los textos malos, dedicaré unos renglones a El Brazo. Un relato inimaginablemente aburrido acerca de una anciana que ha vivido toda su vida en una de las islas que hay frente a la costa de Maine sin haber cruzado ni una sola vez la extensión de agua que la separa del continente. Tanto la falta de falta de referencias (o, al menos, equivalencias geográficas) para el lector español como la carencia de un hilo argumental sólido, fuera de la remembranza continua de episodios cotidianos de la vida de la anciana, convierten a esta pieza en algo tan ligero como una ensalada de empanadillas.
Pero ya basta de penas, que me estoy deprimiendo. Pasemos sin demora a la parte buena. El relato más acertado de los que componen este libro me parece, sin duda, Zarabanda Nupcial. Ambientado en el mundo del hampa de los años treinta y protagonizado por una banda de músicos de jazz, esta narración se las apaña para ser tronchante y, al mismo tiempo, decir un par de cosas muy serias acerca del racismo. Una pieza inusual dentro de la producción de Stephen King, pero brillante.
Claro que, si estáis sedientos de historias de terror, tenéis suerte. Podéis disfrutar de La Imagen de la Muerte, otro relato primerizo (publicado en 1969), pero esta vez plagado de virtudes: concisión, intensidad, horror sugerido (en lugar de burdamente mostrado) y una ambientación tan escalofriante como el interior de un museo durante la noche. ¡Genial!
También podéis adentraros, mediante la lectura de El Hombre que no Quería Estrechar Manos, en un siniestro club de caballeros neoyorkino donde el mayordomo nunca envejece y siempre se cuentan historias espeluznantes. En él escucharemos un relato que destila clasicismo por los cuatro costados. Trata de un hombre al que maldijeron con la tortura de la soledad y paga muy caro un único instante de flaqueza. Se intuye cierta problemática referente al colonialismo de fondo, lo que aumenta varios puntos su valor.
Pasando al campo de la ciencia ficción, encontramos La Playa. En él se describe a la perfección el proceso de desintegración mental de dos astronautas que se estrellan en un planeta totalmente hecho de arena. Esta arena, como símbolo existencial del inevitable destino que nos aguarda a todos, os hará ver la poca importancia que poseemos como especie.
Si esto del fatalismo no os va demasiado podéis regodearos, sin abandonar del todo esta atmósfera de ficción científica, con El Ordenador de los Dioses. Un relato algo infantiloide (por lo complaciente) con vagos elementos religiosos y un personaje principal que os caerá simpático desde el principio.
Cerrando este grupo de relatos bien trazados, se encuentra El Camión del Tío Otto. Como el resto de cuentos que transcurren en el pueblo ficticio de Castle Rock, observaremos aquí al Stephen King más costumbrista, con descripciones de la industria del papel que buscaba materia prima en los bosques de Maine y bellos paisajes desde los que se atisban las Montañas Blancas de New Hampshire. Sin embargo, esta narración no se hace aburrida, gracias, sobre todo, a un crimen oculto y la subsiguiente obsesión del criminal, que terminará por destruirlo. Un tema que Poe ya exploró con muchísimo acierto y que aquí no desmerece.
De esta división entre relatos interesantes y relatos infumables he excluido deliberadamente dos piezas que completan las trece que mencionaba al principio de este comentario. La razón principal es que se trata de dos poemas. Puesto que están traducidos literalmente al castellano, no conservan ningún valor. El primero se titula Paranoia: Un Canto. Consta de cien versos y habla sobre el día a día de una persona que se cree perseguida. El segundo lleva el título de Para Owen. Composición de 34 versos donde el autor de Maine expresa el amor que siente por su hijo menor.
Como he expresado hace un instante, para mí estos textos juegan en otra liga. No son necesariamente textos malos, sólo que, de la manera que están presentados, es imposible que los lectores españoles los valoremos de alguna manera. Una lástima.