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mano5chi
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Acerca de:Dead Set: Muerte en directo [Yann Demange]
Ventajas:impecable tratamiento del género zombi con un mensaje relevante y de gran interés
Desventajas:subtramas algo descompensadas, dirección temblorosa y esquematicidad de personajes
Una de las características que suele acompañar a los productos culturales llamados a permanecer en nuestro imaginario colectivo como auténticos iconos es la vaga pero innegable impresión de que, con independencia del momento exacto de su creación, parecen llevar toda la vida con nosotros.
Así, aunque el conde Drácula haya disfrutado de su no-muerte una eternidad, lleva desplegando su encanto poco más de un siglo; la figura del asesino en serie fue utilizada por primera vez en una película en los años 30; y George A. Romero logró revitalizar el cine de zombis consolidándolo como uno de los subgéneros más relevantes dentro del terror hace tan solo 42 años.

Durante las cuatro décadas transcurridas desde el estreno de La Noche de los Muertos Vivientes, el interés de los cineastas por la figura del zombi clásico ha venido fluctuando. En los años 70 y buena parte de los 80 gozó de gran popularidad, para decaer casi por completo en los 90 (ni siquiera el señor Romero pudo estrenar película).
Sin embargo, como si de un ente putrefacto que renuncia al descanso de la tumba se tratara, dicho interés repuntó de manera notable a principios del siglo XXI, una vez que casi todo el mundo tuvo claro que las películas de zombis abordaban temas lo suficientemente interesantes como para ser consideradas de culto.
La popularidad de filmes como Resident Evil (Paul W.S. Anderson, 2002), 28 Días Después (Danny Boyle, 2002) y El Amanecer de los Muertos (Zack Snynder, 2004) fue, en gran medida, responsable de este resurgimiento, del que ha quedado constancia incluso en nuestro país, con la infausta saga REC.

El producto que nos ocupa, Dead Set, una miniserie británica de tan solo 5 episodios de duración, emitida por el canal de pago E4 en el año 2008, apareció con toda naturalidad como una gota más de esta nueva ola zombi. Y lo hizo con una premisa argumental tan sugestiva que la convirtió en todo un éxito: ¿qué ocurriría si se desatara una invasión de zombis y las personas con más posibilidades de sobrevivir (por estar aislados) fueran los concursantes de Gran Hermano? Acongoja y atrae a partes iguales, ¿no creéis?

Claro que, para ser sinceros, la serie no transcurre íntregramente en la casa del reality show británico y, además de los concursantes, tendremos la oportunidad de conocer a otros personajes, por lo que, para no llevar a nadie a engaño, os ruego que me permitáis un pequeño resumen del argumento.

Es noche de expulsión en el Big Brother, así que todo el mundo está de los nervios. Patrick, el despótico productor del programa, trata con rudeza a todos los miembros del equipo para que la gala salga lo mejor posible.
Kelly, la chica encargada de subir cafés a la redacción, se debate entre seguir con Riq, su novio de toda la vida, o iniciar una apasionante relación con un compañero.
Y dentro de la casa los nervios también están a flor de piel. Marky, el chico cachas, y Pippa, la pija tontita, se juegan la permanencia en el concurso bajo la atenta mirada de sus cinco compañeros: Grayson, el homosexual orgulloso de mostrar que lo es; Angel, la afroinglesa deslenguada y con algo de sobrepeso; Joplin, el pseudointelectual inadaptado; Verónica, la tía buena; y Space, el rapero.
Justo cuando Pippa es expulsada, un zombi se cuela entre la muchedumbre de fans que aguardaban fuera de la casa y, mordisco a mordisco, se desata la invasión. Nadie en la redacción parece estar a salvo y la casa de Gran Hermano parece un refugio seguro, de modo que Kelly, Patrick y la recién expulsada Pippa pugnarán por acceder a este preciado reducto mientras Riq intenta averiguar qué ha pasado con su novia al tiempo que lidia con lo que parece una epidemia global…

Lo primero que hay que destacar de esta miniserie es la opresiva atmósfera que logra capturar. Como mandan los cánones del género de terror, la mayoría de secuencias se desarrollan en el interior de distintas construcciones, a menudo plagadas de pasillos oscuros y estancias mal iluminadas. Sin embargo, en las ocasiones en que los protagonistas huyen de los zombis por calles o tejados, la situación no mejora mucho, ya que la luz del día que logramos distinguir es el resplandor mortecino que se cuela por entre una densa capa de nubes de tormenta, otorgando al ambiente la misma cualidad devastada que debe de presidir un día cualquiera en pleno invierno nuclear.
Esta atmósfera sombría combinada con los coches abiertos y abandonados y los restos de cadáveres a medio devorar transmiten perfectamente al espectador la desesperanza que domina nuestros corazones cuando sentimos que el mundo tal y como lo conocemos ha llegado a su fin.

En cuanto a la dirección, mencionar que me pareció, en general, correcta, aunque adolece de un exceso de aspavientos. Me explico. La recreación de los planos que suelen utilizarse en Gran Hermano resulta impecable, hasta el punto de olvidar que, en realidad, estamos viendo una serie de televisión. Asimismo, los momentos en que no hay ningún zombi en pantalla están narrados de manera eficaz, aunque sin brillantez; sin embargo, cuando los protagonistas son perseguidos, o luchan contra un zombi o están dominados por la angustia que nace de la certeza de saber que, de un instante a otro, un muerto viviente doblará la esquina con la intención de devorarte, están filmados con una cámara al hombro excesivamente temblona y abundancia de planos cortos proyectados a alta velocidad, emulando un videoclip.
Las primeras veces que vemos este recurso nos puede parecer que aporta variedad a la historia y sirve perfectamente tanto para introducirnos en el estado mental de unos personajes acosados y con un miedo muy cercano a la histeria como para describir la naturaleza violenta e imparable de las criaturas. Pero el abuso de este tipo de planos que se produce durante los 128 minutos de duración de la serie no sólo aburre soberanamente al espectador, sino que puede llegar a impacientarlo o, incluso, a provocarle mareos.
En esos momentos, uno echa mucho en falta la capacidad para crear tensión sin cambiar en absoluto de plano de directores como M. Night Shyamalan. Pero, ¡qué le vamos a hacer!

Pasando al tema de los efectos especiales y de maquillaje, decir que me parecieron normalitos, aunque eficaces.
Al estilo de las últimas películas de George A. Romero o de la saga Saw, Dead Set nos ofrece un auténtico festín de heridas, mordiscos, sangre, vísceras y muñecos de látex con la cabeza destrozada que nunca se percibe como falso (la estética videoclipera juega a favor de la serie, en este caso).
Añadidle a esto un par de lentillas blancas para cada criatura y unos sonidos guturales y agudos de carácter bestial que remiten a la mezcla de aves y reptiles utilizada para algunos dinosaurios de Jurassic Park y tendremos lo mínimo que cualquier fan del cine de zombis podría exigir.
Como no podía ser de otro modo, debido al momento en que ha surgido esta miniserie, el tratamiento de las criaturas se despega un poco de la concepción clásica (Romeriana) de zombis lentos para a acercarse a los zombis rápidos de, por ejemplo, 28 Días Después. No obstante, se nota cierto respeto por los cánones del maestro en lo que se refiere al contagio por mordisco, el anhelo de alimentarse de carne humana y la incapacidad de manipular mecanismos simples como los picaportes de las puertas o ejecutar acciones coordinadas como trepar por una verja.

Por lo que respecta al elenco protagonista, es de justicia comentar que se echa de menos mayor profundidad en todos ellos, aunque esta circunstancia no provoca que el producto se perciba como anodino. Al fin y al cabo, el cine de zombis es, en primer lugar, cine de entretenimiento y para lograr un resultado divertido no se precisan más que unos cuantos muertos vivientes convincentemente maquillados y un grupo de personas que escapen y maten por salvar su vida.
Además, los guiones evidencian la intención de establecer diferencias entre los concursantes de Gran Hermano antes y después del apocalipsis zombi. Es decir, asistimos a la transformación de un puñado de personajes conscientes de que participan en un reality show y, por ende, deben mostrar más conflictividad, extravagancia y mala educación que el compañero (pues, de lo contrario, serán tildados de aburridos y expulsados del concurso) en individuos sensatos, valerosos y capaces de mostrar el ingenio suficiente para proponer planes que faciliten la supervivencia del grupo. Dicho proceso es especialmente remarcable en el caso de Grayson, quizá por ser el individuo con aspecto más extravagante del elenco.
Naturalmente, ni Patrick, el productor, ni Pippa, la expulsada, toman parte en esta transformación, ya que sus caracteres han sido convenientemente deformados y exagerados de manera que funcionen como un perfecto alivio cómico en medio de tanta desolación.
Del resto, simplemente remarcar que Riq nos caerá muy bien de inmediato, puesto que su motivación reside en el deseo de encontrarse de nuevo con su amada, y que Kelly provocará nuestra admiración debido a cualidades que ella misma ni siquiera sabía que tenía como son la sangre fría necesaria para sobreponerse al desastre y una determinación bien dirigida para mover al grupo, a pesar de que es en este personaje protagonista en el que más difícil de perdonar resulta la falta de relieve a que aludía antes.

Dicho todo esto, entramos en el punto más flojo de esta miniserie junto con, quizá, la parkinsoniana dirección y la esquematicidad de muchos caracteres: lo descompensadas que resultan a lo largo del metraje las diferentes subtramas.
El primer capítulo resulta impecable. Se presenta a los protagonistas y se pone en marcha la amenaza sin conceder respiro al espectador, pero, a partir de aquí, uno no termina de comprender por qué se restan minutos a la interacción de los miembros del grupo en la casa de Gran Hermano (con la imprescindible excursión al supermercado más cercano en busca de provisiones) en aras de la larguísima (y un tanto repetitiva) huida de Riq hacia el plató del concurso y del encierro de Patrick y Pippa en la sala de expulsiones donde pasan demasiado tiempo sin hacer nada más que insultarse, comer e ir de vientre en medio de grititos de asco.
Como acabo de decir, uno echa de menos que el foco narrativo gire más a menudo a la casa del reality, con la consiguiente descripción de los procesos que se dan en el seno de un grupo aislado pero obligado a cooperar y el proceso de cambio que describía en el párrafo anterior como fondo. Pero, claro, tal vez pedir una versión zombi de Doce Hombres Sin Piedad sea demasiado.
Como consecuencia del excesivo interés que ciertas subtramas atraen inmerecidamente, el desenlace de la serie resulta precipitado (aunque acertado) aumentando un par de puntos la descompensación mencionada pocas líneas atrás.

Para terminar, diré unas palabras acerca de los temas explorados en esta miniserie. El mensaje principal está bien claro: las masas se comportan ante determinados programas de televisión (los reality shows, obviamente) como una horda de seres descerebrados cuyo único anhelo es devorar compulsivamente toda la carroña servida por productores sin escrúpulos en una sucesión de raciones cada vez más degradadas. Naturalmente, el mazo de la crítica no parece golpear muy duramente a los participantes de dichos programas (a los que ya he dicho que terminan por encontrárseles no pocas virtudes) sino a los espectadores, puros espectros sin voluntad, que con su apoyo a base de mando a distancia les han conferido una posición inamovible en la parrilla.
Este tema, aunque interesante, me parece que está tratado de un modo reiterativo y poco sutil, como si los creadores de Dead Set tuvieran claro que el cerebro de los televidentes está irremediablemente echado a perder y quisieran asegurarse de que absolutamente todo el que vea la serie comprenda qué quieren decirnos.
Y es una lástima, porque algún capítulo contiene detalles no tan directos y mucho más memorables, como el instante en que los zombis irrumpen en la sala de control del programa provocando innumerables muertes mientras se escucha la canción Grace Kelly de Mika, lo cual nos habla no sólo de la identificación definitiva de la audiencia del programa con las criaturas sino también del halo de superficialidad que cubre hasta las acciones más reprobables cuando son tratadas en determinados programas de la pequeña pantalla.

Junto a este tema principal, se exploran otros no menos importantes como que la falta de referentes morales en la sociedad actual nos deja desorientados como niños en momentos de crisis (ni siquiera la policía puede hacerse con el control de la situación debido a simple incapacidad o, como acabo de decir, falta de sentido del deber) o el hecho de que, más allá de la pátina de civilización que el ser humano presume de tener, si alguna vez nos encontramos con un bate de béisbol en las manos ante un individuo que, con los brazos abiertos y profiriendo terribles gritos corre hacia nosotros, no dudaremos en golpearle no ya hasta que muera sino hasta que nuestro miedo desaparezca por completo.
Estas fallas de carácter (ética, autocontrol…) imposibilitan conducirnos de un modo constructivo ante los demás; nos vuelven incapaces de dejar a un lado los fáciles recursos del engaño y las envidias para desarrollar un clima de respeto y cooperación no sólo necesario para el éxito en nuestras empresas sino también para nuestro progreso como individuos y especie.

Después de ver la serie, aquellos espectadores que renieguen del gore como recurso cinematográfico válido, dirán que Dead Set se asienta sobre una inadmisible paradoja al pretender denunciar la telebasura de los reality shows ofreciendo dos horas de telebasura formada por violencia, mutilaciones y entrañas devoradas, sin embargo, a mí no me parece que esto sea así.
Cierto que la miniserie puede verse de modo literal como un producto de acción y terror la mar de entretenido para quienes disfruten con el género, pero también posee una clara intención alegórica y exploración de personajes y temas que, si bien no difieren demasiado de los planteamientos desarrollados por George A. Romero en la década de los setenta, nunca resultan carentes de interés. Aunque sólo sea por esta segunda intención, me parece que Dead Set se hallan bastante por encima del mejor reality show jamás emitido.
Además, en este caso, la elección del género zombi no solo está sólidamente justificada sino que también resulta acertadísima. La misma repulsión que nos provoca el hecho de contemplar a un individuo devorando con ansia un amasijo de intestinos mientras su víctima, aún viva, se debate por liberarse debería hacernos reflexionar un poquito cuando, repantingados en nuestro sillón favoritos, sintonizamos este o aquel canal de televisión dispuestos a deleitarnos con una entrevista en la que la ex-novia de Manolito, de Gran Hermano, jura por sus muertos que el concursante tiene el pene del tamaño de un cacahuete. A buen entendedor…
Fecha:16:50:26 09/11/10
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Votos:no disponible.
Categorías:Ocio y cultura