Max es un soltero de treinta y cuatro años que tiene un perro llamado Kurt, un braco alemán de pelo duro muy, pero que muy perezoso. Max tiene dos fobias: odia los besos de tornillo y la Navidad, así que, deseoso de huir de sus traumas y de la rutina, planea un viaje a las Maldivas. Entonces, se le plantea una cuestión: ¿quién cuidará de Kurt mientras él esté de vacaciones?
A su anuncio de internet buscando cuidador para Kurt, responde Katrin. Una chica despampanante, soltera, de veintinueve años que busca trigésimo cumpleaños con sus padres, que no entienden cómo es posible que la hija perfecta siga soltera y sin compromiso y que la presionan para que les dé un nieto. Su padre odia a los perros, así que Kurt es la excusa perfecta.
Max y Katrin se conocen y entre ellos surge el amor...
Quise este libro en cuanto supe que su autor era Daniel Glattauer. Craso error. Su lectura me ha decepcionado por varias razones:
*Se nota a la perfección que esta novela está escrita antes que Contra el viento del norte y Cada siete olas. Eso no lo enmascara un estilo farragoso y rebuscado que dificulta la comprensión de la historia y que le confiere una lentitud exasperante, a pesar de que toda la historia transcurre en un período muy breve de tiempo.
*Los personajes no me han transmitido nada en absoluto, con la excepción de Kurt, que protagoniza los momentos más divertidos y entrañables de la novela. Katrin es demasiado excéntrica y Max me cayó simpático en un principio, probablemente porque era el amo de Kurt, pero ese increíble trauma juvenil (es incapaz de besar a una mujer debido a una experiencia traumática que no ha logrado superar), me hizo perder toda mi empatía con él. También los personajes secundarios (a cual más desgraciado) me han resultado patéticos
*La historia de amor es inmadura y simplona y no ha logrado emocionarme ni engancharme y, aunque el libro empieza bien, va decayendo de tal modo que parece increíble que un libro de apenas 250 páginas se me haya hecho tan largo.
Conclusión: Un libro para pasar el rato que, desde luego, no deja huella en el corazón.