Hay películas que nunca iría a ver si mi marido no se empeñara en encontrar comedias donde sólo hay dramas. Tal es el caso de Nunca Es Demasiado Tarde. Still Life, Uberto Pasolini, una película que casi me desencadena una crisis existencial.
Va de un hombre que se dedica a encontrar a los familiares de los muertos en su municipio para darles la trágica noticia. Es un funcionario del Ayuntamiento de Londres. Llega un momento en que lo despiden y el mundo se le viene abajo. ¿Qué va a ser de él y de esos muertos a los que nadie acompaña más que él el día de su entierro?...
Afortunadamente, el último muerto le ha hecho conocer a una mujer con la que empezará a conversar de lo divino y lo humano.
La película es triste. Miras al acompañante de muertos y te hundes. Es un hombre solitario, poco hablador y lleno de manías. No me extraña. Yo también sería rarita si tuviera que ganarme la vida con semejante trabajo.
Es una película muy lenta. Parece no avanzar porque el día a día del protagonista es siempre igual. Sólo al final cobra ritmo y te ofrece un desenlace que no esperas.
A mi chico le gustó. Quedó prendado del tal John May y alabó mucho los colores blancos que predominan en la película. A mí no me gustó nada ni el personaje ni la película. Hasta la anda sonora de Rachel Portman me ponía la melena de punta. Es pura pena.
Esta película no es nada recomendable para depresivos. Te hunde en la miseria. Es horrible ver tanta muerte y ver a un protagonista que no piensa en otra cosa que no sean los funerales.