Pensaba que Berna sería una ciudad más grande. Me sorprendió que sólo tuviera 140.000 habitantes siendo la capital del país helvético.
Nosotros centramos nuestra visita en el centro histórico de la ciudad, que es donde está el río con las zonas verdes.
También fuimos a ver la estación. Es del siglo XIX, pero normalita dentro de su modernidad. Tiene una fachada de cristal que parece que se pelea con los edificios de estilo antiguo que la rodean, sobre todo con la iglesia Heiliggeistkirche. En la misma plaza hay un moderno tejado de estilo contemporáneo que cobija líneas de autobús y tranvía.
Cuando dejas la zona de la estación atrás, te empiezas a meter en el casco antiguo de Berna. Como decía mi marido, parecía que nos metíamos en una ciudad medieval.
Llegamos andando al Bundesplatz y Palacio Federal. Gobierno y Banco Nacional compartan plaza. Te sientes rodeada por el poder ante estos edificios. Mis hijas querían mojarse en la fuente de chorros que había en la plaza como hacían algunos turistas. No las dejé. Nosotros somos civilizados.
No entramos en el Casino porque llevábamos las niñas. Me hubiera gustado entrar. El edificio tiene unas columnas en su fachada que huelen a dinero.
Subimos al puente Kirchenfeldbrücke, un elegante puente que está al lado del Casino, y que une dos partes de la ciudad de Berna. Por debajo pasa el río Aare.
Mi marido quería llevarnos a los museos que hay al otro lado: el Museo Einstein y el Museo de Historia de Berna. Me negué. Necesitaba comer algo, no escuchar charlas de Historia.
Berna es una ciudad bonita para pasear. Todo está muy limpio y muy tranquilo. No parece la capital de Suiza. Yo me la imaginaba más ruidosa y caótica. Lo más bonito es el río rodeado por sus zonas verdes. Lo demás es muy medieval para mi gusto.