Me gustan los edificios antiguos, no para vivir toda la vida en ellos, sino para alojarme y soñar que soy una princesa en su palacio.
Así me sentí cuando nos alojamos en el Mercure Bergamo Palazzo Dolci Bergamo, un hotel con una buena ubicación para los turistas que quieren disfrutar de la ciudad de Bergamo.
En cinco minutos de caminata desde la puerta del hotel te pones en la estación de tren o desde la estación de autobuses. Nosotros no llegamos por ninguna de ellas, sino que fuimos con nuestro coche. Cuando llevas dos niñas de corta edad un coche es imprescindible, por lo menos para mí. Desde el hotel había un autobús que te llevaba al aeropuerto.
En lo que sí fuimos fue en el funicular que te llevaba a la parte alta de la ciudad. Mis niñas lo disfrutaron un montón. Eran unos quince minutos de viaje que para ella resultaban tan divertidos como una vuelta en un tiovivo.
Me llamó la atención que el hotel tuviera un interior tan moderno. La decoración se veía muy actual. Poco pegaba con la fachada del edificio.
Lo que no estuvo a la altura fue el buffet del desayuno. Había demasiada bollería industrial para mis gusto. Mis hijas la disfrutaron, porque tanto Patricia como Paula se mueren por un bollo envasado como los del supermercado. el segundo día fuimos a desayunar a una cafetería de la zona, donde servían unos pastelitos de repostería autóctona que estaban para chuparse los dedos.
La habitación que nos dieron era amplia. Estuvimos muy cómodos, sin estrecheces. No esperaba menos teniendo en cuenta que el hotel está en un palacio de finales del siglo XIX.
Lo que era muy mejorable era el pequeño televisor antiguo que nos dejaron. Ni lo encendimos. Mis hijas lo miraban como si vieran una antigüedad de anticuario. No era para menos.
También el cuarto de baño podía ser mejor. Tenía una bañera más bien pequeña y sin mampara. Menos mal que los sanitarios se veían limpios. Todo está muy limpio en este hotel italiano. El personal es muy profesional y muy amable.