Cuando llegamos al Hotel Bayerischer Hof, Erlangen, en Alemania me cayó el alma a los pies. Me esperaba algo mejor siendo un hotel de cuatro estrellas. La fachada parecía una fachada de pisos baratos, pero peor era su interior. Tanto las estancias comunes como las habitaciones necesitaban una reforma a fondo.
Está en una zona tranquila, cerca de la estación, lo cual te viene de cine cuando vas a coger un tren, como era mi caso. Lo que no era muy tranquilo era el hotel: estaban reformando la zona de la entrada y los ruidos de las obras no te dejaban descansar por el día.
El desayuno lo servían en la bodega. No me gustó nada. Los pasteles tenían un toque picante, el bacon sabía a rancio y la fruta estaba demasiado madura para mi gusto. Había una terraza común bastante bonita, pero, hacía tanto frío, que no la pude disfrutar. Tampoco podía descansar mucho porque estaba en Baviera por motivos laborales.
La habitación que me dieron era una habitación con dos camas vestidas con sábanas más usadas que mis zapatillas en color blanco y beige, a juego con una de las cortinas. Las cortinas eran dos a falta de una. Los suelos eran de moqueta en tono vino. Un asco. Ni estaba muy limpia ni me daría sensación de limpieza aunque lo estuviera. La moqueta es siempre asquerosa.
Las camas estaban pegadas y junto a ellas había mesillas a cada lado, un sillón, un escritorio, minibar, televisión plana grande, un una especie de taburete y un armario pequeño. Los muebles se veían antiguos, no había termostato. Lo que sí había era un radiador viejo que funcionaba bien.
No os recomiendo el Hotel Bayerischer Hof, Erlangen. Le sobran dos estrellas. Encima te sale bastante caro porque te cobra extra por el parking. Había que pagar 12 euros al día por dejar el coche a cubierto. La conexión wi fi sí era gratis.