En mi vida había pasado tanto miedo como cuando fuimos a visitar las Cuevas de Nerja. Pensé que moría de horror. Me agarraba al brazo de mi chico y casi me olvidaba de mis hijas. Se me iba la cabeza allí dentro entre tanta estalactita y estalagmita colgantes sobre mi peinado. Aquello era horrible a más no poder.
Mi marido sólo se quejaba del dinero que le cobrarán por el parking. Es muy capitalista. Se te queja de lo que gasta en entradas y en el aparcamiento del coche cuando yo, su esposa, se está muriendo de miedo.
Mis hijas llevaron la visita a las Cuevas de Nerja mucho mejor que yo. Decían que estaban en el mundo de Harry Potter. En eso tenían razón: era fácil imaginar que aparecieran brujos y brujas danzando en sus escobas. Era tétrico.
No pienso volver a las Cuevas de Nerja ni que me paguen por meterme allí dentro ora vez. Menos mal que era verano. No notabas tanta humedad como hay en invierno. Mi hermana fue en invierno y volvió con una gripe.
Nosotros hicimos la visita con una guía de carne y hueso. Mi chico quería coger una audioguía, pero yo preferí que nos acompañara una persona. Ir por nuestra cuenta tampoco era plan porque podías perderte allí dentro. La chica que nos acompañó fue muy amable. Aceptó ir rápido y no darnos tantas explicaciones para salir de allí lo antes posible.
No os recomiendo visitar estas cuevas. Son horribles para las personas miedosas. Yo sentí bastante claustrofobia a pesar que las cuevas están estructuradas en salas amplias comunicadas entre ellas. Son salas casi iguales. Esto me agobió también mucho. Esperabas salir de una sala tétrica y pasabas a otra todavía más tétrica.
Las mejores fechas para hacer la visita a las Cuevas de Nerja son las de otoño y primavera. En verano te mueres de calor y en invierno te mueres de frío. No tienen aire acondicionado ni calefacción.