Este año estuvimos en la Albondigada de Tabuenca y se me pasaron las ganas de comer para un mes viendo como la gente comía hasta reventar albóndigas por 5 euros. No sólo estaban los que iban a concursar sino también los que iban a quitarse el hambre. Una señora me dijo que había que comer que la carne allí era casi gratis y en casa no se podía comer mucha carne porque no hay mucho dinero.
A mí me apreció una fiesta vulgar. Nosotros pagamos cinco euros por cabeza, pero casi no comimos. Yo me quedé en media albóndiga, mi marido comió dos y las niñas no quisieron. La mayor me preguntaba si aquello estaba fresco. Estaba fresquísimo, pero, como que no apetecía comer en medio de tanto tragón desatado.
Lo que descubrí en la Algondigada de Tabuenca es que no me gustan los concursos gastronómicos que consisten en comer. Lo mío es lo chic, lo bonito. No me gusta lo vulgar.
Por eso no os lo recomiendo. Yo no sería capaz de comer como comía aquella gente para intentar ganar un premio de 500 euros. Ganaba el que comía más albóndigas en una hora. Vi a gente tragarse las albónigas enteras como los perros. Era horrible.
Encima las albóndigas no eran nada pequeñas. Eran albóndigas del tamaño de una pelota de golf. Y no te las sirven solas. Te dan las albóndigas, vino y salsa de tomate para que las albóndigas se te hagan más digeribles. Mis niñas sólo se comieron la salsa de tomate. fueron a lo más fácil y a lo más sano, también. Casi me alegro. Las niñas de proteínas no se me matan.
¿Y cuántas albóndigas tienes que comer para llevarte los 500 euros? El que ganó este año se comió 73 albóndigas. Creo que no volverá a comer más albóndigas en todo el año. Las debe de tener aburridas. Yo le hubiera dado un millón de euros por el atracón de albóndigas. Lo merecía.