Mi marido me llevó por nuestro aniversario de boda a la isla de St. Barth en el Caribe. Quería que nos alejáramos de todo lo que nos rodea para ser nosotros mismos. Yo no sé si fui yo misma en una isla del Caribe que no tenía más que chozas caras para turistas, silencio, vegetación y playas en las que te perdías en sus larguísimos arenales.
Nos alojamos en el Hotel Manapany en la isla de St. Barth, una construcción muy bohemia que era carísima. Los huéspedes se notaba que tenían dinero. Mi marido aprovechó para hacer sus negocios. A los ricos les puedes vender todo lo que quieres cuando están felices. En el Hotel Manapany en la isla de St. Barth veías a todo el mundo feliz. Para que mi marido tuviera más éxito le propuse ponernos a tomar el sol en un par de hamacas que había en mitad de una piscina. Nos fuimos para las hamacas andando sobre un puente de madera que cruzaba las aguas estancadas. Causamos sensación. Se notaban las horas de gimnasio en nuestros cuerpos.
No faltaban familias en este complejo hotelero. Gracias a Dios, los niños se iban para la playa con sus padres y madres. La playa no me gustaba nada por la zona donde estaban las hamacas blancas con sus sombrillas a juego. Era donde estaba todo el personal.
Nosotros cogimos en este hotel caribeño una cabañita muy espaciosa. Estuvimos como en el paraíso. Afortunadamente, hacía buen tiempo. Yo veía casi todas las construcciones bastante frágiles. Lo que no veía nada frágiles eran los sillones que había en nuestra habitación. Tenían forma de jaula de pájaros tal cual. Te sentabas encima del tapizado azul turquesa y te encontrabas rodeada por unas varillas de hierro.
En total hay 32 villas en el Hotel Manapany en la isla de St. Barth, un hotel que os recomiendo para unas vacaciones bohemias en pareja o en familia. De todo vi en este hotel del Caribe. Eso sí, os repito, se notaba que la gente tenía dinero o habían cogido un préstamo con muchos ceros para pagarse el capricho caribeño.