Veinte capítulos bastan para que Oscar Wilde con su "retrato de Dorian Gray" nos transporte al distinguido, elegante y selecto ambiente de la aristocracia inglesa del finales del XIX, época hipócritamente puritana, dominada por las apariencias y moral refinada.
El argumento de la novela sale a flote entre las frases acertadas de cada diálogo que tienen mucho de sentencias filosóficas sobre las que reflexionar, entre los diálogos, sin desperdicio que contiene ya que son ágiles y van centrando el tema entre preguntas y respuestas bastante mordaces, llenas de cinismo e intención, y entre el resto de la obra narrado de forma tan descriptiva y gráfica, que hace embriagarse con el intenso olor a rosas del primer capítulo al igual que se embriagaba el pintor Basil en su estudio, o ver como la luna pende muy baja en el horizonte o sentir como cae la lluvía fría.
Un argumento que entretiene y que no deja de ser atractivo y actual pese a que se haya tratado desde épocas remotas.
Dorian Gray, un joven de extraordinaria belleza descrito por Wilde, con labios rojos, deliciosamente modelados, ojos azules e ingenuos y rizos de oro posa para el pintor Basil Hallward mientras Lord Henry Wotton amigo del pintor,(que sentía curiosidad por conocer al joven) una vez hechas las debidas presentaciones contempla la escena mientras que diserta sobre la importancia de la belleza, de la juventud, de dejarse arrastrar por las pasiones,de caer en las tentaciones,de la búsqueda sin cesar de nuevas sensaciones en una palabra del hedonismo llevado a sus extremos.
Estos discursos y las lecturas que recomienda Henry Wotton al joven, emponzoñan el corazón de Dorian, quien llega a tener celos de la belleza del retrato y a pronunciar palabras tan desafortunadas como estas.
"Tengo celos de ese retrato que has pintado. ¿Por qué tiene él que conservar lo que yo tengo que perder? Cada momento que pasa me quita algo a mí para dárselo a él. ¡Oh, si siquiera fuese al revés! ¡Si el retrato pudiera cambiar en lugar mío, y yo permanecer tal como soy ahora!...¡No sé... no sé lo que daría por esto! ¡Sí, daría el mundo entero! ¡Daría hasta mi alma! "
En realidad en esas súplicas tan vanidosas y en ese trueque al estilo más demoniaco, se encierra el tema de esta novela.
Desde entonces Dorian no vuelve a ser el mismo, influenciado por la manipuladora y carismática personalidad de Lord Henry Wotton cada vez se vuelve más cruel y vicioso, pero curiosamente sigue joven y atractivo, en cambio en el rostro del retrato pintado se ve un Dorian ajado y feo, envejecido pero más que por el paso del tiempo por todo el daño que va causando a su alrededor.Poco a poco irá arruinando su propia vida, así como la de los que le aman como es el caso de una joven enamorada actriz de teatro llamada Sibyl... cometiendo actos atroces y el final tan esperado como dramático, no deja de ser impactante.
Particularmente me sorprende la personalidad obsesiva de los tres personajes principales, Basil Hallward que ama el arte como artista que es, Lord Henry Wotton cuya postura en la vida es totalmente hedonista y Dorian Grey, que se presenta como un narcisista declarado, en los tres encuentro una insatisfacción vital que pienso que quizás acompañaba también al escritor, Oscar Wilde, cuya vida fue bastante tormentosa.
En definitiva y para terminar, una obra genial en principio por lo exquisitamente que está escrita y porque su argumento es un argumento que toca un tema que encoge el corazón de la gran mayoría y hoy en día pienso que mucho más, visto que eso de la eterna juventud, sin duda,vende. Por lo que al fin y al cabo, no serán pocos los que no se les habrá pasado por su cabeza ese trueque demoníaco, del alma por un rostro, permanente liso sin flacidez y multitud de surcos y arrugas. Esperemos que la sensatez nos invada antes de pronunciar las desafortunadas palabras de Dorian.