El restaurante Marcelo es un italiano ubicado en la calle Floranes, cerca de Perines, que es una zona en la que hay bastante concentración de bares y pubs, por lo que puedes aprovechar después de cenar y pasarte por allí a tomar una copa.
Es fácil de encontrar pues está en una calle paralela a la principal, conde está la parada del autobús, si queréis acercaros en transporte público, ya que el aparcamiento es complicadillo, además de tratarse de zona azul.
Sólo lo he visitado una vez, hace unos años y es que me desilisuonó mucho. Iba con muchas expectativas porque me lo habían recomendado diferentes personas, pero creo que lo que me pasó es que no supe pedir bien. Salí de allí con mucho hambre y la cuenta no me pareció barata, aunque claro, hay que tener en cuenta que lo que pedimos no era barato. Nada de pizza y pasta, que es lo que llena y suele ser más económico, sino ensalada con mucho renombre para compartir, carpaccio de carne y salmón ahumado, aparte de una botella de lambrusco. Bueno, pues la ensalada pequeña, bien para uno pero no para compartir. Respecto al salmón no opino porque no lo comí yo. Mi novio me dijo que estaba bueno y la ración no era del todo pequeña, pero de mi carpaccio sólo tengo quejas. Cierto es que yo no sabía lo que estaba pidiendo y que no lo he vuelto a pedir en ningún sitio, así que no se si las raciones son así, pero cuando me llegaron esas extrafinas laminitas de carne me vi morir y es que yo tenía un hambre… Pero estaba bueno, muy bueno, lo que pasa es que yo prefiero no pasar hambre que comer cocina de autor.
Por tanto, aunque yo no quedé satisfecha, he de reconocer que quizá la culpa fuera mía. Seguro que si hubiéramos pedido pasta y pizza hubiéramos salido más llenos y más contentos. Además, la carta es bastante variada. Hay ensaladas, entrantes, pizzas, carnes y pescados, además de postres caseros que no probamos y es que yo tenía antojo de una tarta que sirven en una cafetería cercana. Con eso maté mi hambre.
Respecto al servicio no tengo ninguna queja, todo lo contrario. Un trato exquisito, aunque no nos recomendaron bien lo que pedir, pero eso va en gustos. El camarero muy atento, rápido y eficaz. De esos que está cuando lo necesitas pero que no se hace notar si no.
Y el restaurante también resulta acogedor. La intensidad de luz adecuada. Lo único que la mesa igual era demasiado íntima, es decir, que era para dos que no pidieran muchos platos para compartir.