En primer lugar hay que decir que este restaurante está situado en un entorno magnífico y bello, junto al mar, y que ha sido reconocido con una estrella Michelín, así que estamos ante un local de bastante categoría en el que el menú no baja (que recierde) de los 70 euros. En un restaurante así, al igual que en un hotel de la máxima categoría, uno espera no tener ninguna queja, que le traten como a un rey y, por supuesto, gozar de una comida elaborada y deliciosa.
Respecto a lo que comimos no tenemos absolutamente ninguna queja, en mi caso las vieiras con ibérico de Huelva y reducción de Pedro Ximenez estaban exquisitas, al igual que los postres, todo muy elaborado y vistosamente presentado, realmente daba gusto comer lo que nos pusieron delante de los ojos porque no sólo entraba por el gusto y el olfato, sino también por la vista. En este respecto ninguna queja, todo genial y perfecto como cabe esperar en un restaurante de esta clase.
Ahora bien, sobre lo que tenemos queja es sobre el trato, que nos pareció demasiado frío y distante, y no sólo me lo pareció a mí, sino también a mi pareja, la sensación que nos dio para que se entienda es como si no fuéramos importantes pese a que en ese momento el local no estuviera ni mucho menos lleno. No sé si pasaba algo o qué, pero el personal estaba completamente serio, casi ninguna sonrisa, y cuando pedimos modificar ligeramente el menú degustación nos dijeron que no se podía, que el menú era tal y como se describía en la carta y que no era posible modificarlo para nada. Vamos, que me tratan mejor en cualquier restaurante de pueblo que aquí.
No volveremos.