El Mesón Las Cumbres, Guadalajara, me defraudó por el tamaño reducido de su comedor. Me sentí como una sardina enlatada. Sólo me quedé a comer porque íbamos con unos amigos y no era cuestión dejarlos plantados. Si llego a ir sola o con mi pareja y mis hijas, servidora se iba para otro restaurante más espacioso.
No es un restaurante que te llame la atención, más bien todo lo contrario. En su entrada hay un par de escalones que le sobran y unos barriles donde se apelotonan los fumadores para darle rienda suelta a su vicio. Entras y llegas al minúsculo comedor yendo por un pasillo que también te lleva a los servicios. Es mejor no entrar en los servicios: no están nada limpios.
La comida no es gran cosa para los 20 euros que nos cobraron por cabeza. El menú por la semana está a 9 euros, pero los sábados y domingos te cobran más del doble por la misma comida. Mi amiga pidió unas alcachofas que resultaron ser de bote. Yo tuve más suerte con los calamares: estaban ricos, pero los comí mejores. Mi marido empezó con una tortilla francesa de tamaño tapa y acabó con un revuelto de morcilla que consiguió revolverme el estómago con su olor horrible. Yo me animé con la oreja de cerdo a la plancha y ahí quedó la comida. No pude comer nada más porque estaba superincómoda entre mi mesa y la silla del vecino que se metía en mi espalda. Un desastre.
No os aconsejo ir al Mesón Las Cumbres, Guadalajara. Hay restaurantes mucho mejores en Guadalajara y más baratos. En este restaurante son tan cutres que te cobran hasta los cafés. No pienso volver. La única ventaja que le encontré fue la rapidez de los camareros. Te servían rápido y te cobraban pronto.
La decoración del local es muy pobre. No me gustaron nada unos trofeos de caza que había en las paredes. Yo soy pacifista. No me va la violencia con nadie, ni siquiera con los animales.