Cuando llegamos al Hotel Jen Malé, Maldive, esperaba encontrar un hotel con habitaciones más amplias. Nos dieron una habitación tan pequeña que tuvimos que coger otra para que nos cupiera el equipaje. Me sentí como una sardina en lata. Menos mal que viajábamos solos, sin las niñas. De ir los cuatro hubiéramos tenido que coger cuatro habitaciones.
Nuestras habitaciones tenían vistas al mar. La de mi marido tenía la cama justo enfrente de una gran cristalera. No sé cómo pudo conciliar el sueño de noche. La mía tenía más pared de ladrillo, o lo que fuera aquello.
Más me gustaron los cuartos de baño, amplios, limpios, nuevecitos. La bañera era bastante grande, la ducha tenía efecto lluvia, en el lavabo había un gran espejo. Me gustó la combinación de colores blanco y gris topo en los cuartos de baños. Les daba un toque chic.
Menos me gustó el desayuno. Mucha fruta cortada, todo muy colocadito, pero en cantidades mínimas. Salías con hambre. Mi marido decía que era un desayuno exótico. Sería exótico, pero servidora prefiere buenos desayunos, aunque acabe desayunando un café y un yogurt. Ver mucha comida delante te sirve para quitarte las ganas de comer.
No os lo recomiendo ni os lo dejo de recomendar. Hay hoteles mejores en Las Maldivas que este cuatro estrellas mejorable en cuanto al espacio de sus habitaciones.
A mi marido le gustó mucho una piscina con divanes grandes. Es como un niño. Yo me aparté de aquella locura en la que podría matarme porque no nado muy bien en las piscinas raras. Preferí pasar mis horas de ocio solitario en un centro de fitness que tenían abierto las 24 horas con vistas a la ciudad. Pasamos de las excursiones por la isla y salidas de submarinismo que organizaba el conserje. Es un hotel muy apañado. No parece que estés en Las Maldivas.