A mi marido le gusta mucho Sanxenxo, en Galicia, porque es el el pueblo de veraneo de los ricos. Y donde están los ricos está el dinero. Por eso nos pasamos por allí todos los veranos. Mi marido tiene una empresa que necesita buenos clientes. Se hacen muchas amistades en los hoteles.
Pues bien, el Hotel Carlos I Silgar en Sanxenxo, en el que nos alojamos cuando no tenemos mucho dinero, no es gran cosa. En spas y tratamientos de belleza hay que darle un diez. Menos puntuación le doy en habitaciones. La última habitación que nos dieron parecía de un piso de barrio de los años setenta. Me recordó mucho la habitación de mis padres cuando yo era una niña. Tenía las paredes del mismo tono azul, las mismas vigas encima del cabecero, los mismos sillones para calzarte sentada y las mismas ventanas. Fue como regresar a la casa de mi infancia. Lo único diferente que había era el suelo: mis padres nunca tuvieron la ocurrencia de poner suelos de mármol. Tampoco podrían pagar tanto mármol como había en el suelo de la habitación y en el cuarto de baño.
Mis hijas también regresaron a mi infancia porque tenían un parque delante de nuestra ventana. Igual que en la casa de sus abuelos maternos. Mi marido decía que estaba nostálgica. iba a su aire. Disfrutó mucho en el club náutico del hotel y con el golf.
Os recomiendo este hotel. Tiene habitaciones mejores que la que nos dieron a nosotros. Es cuestión de ser exigentes. Nosotros no pudimos serlo porque el hotel estaba hasta los topes porque andaba Rajoy por Sanxenxo y todos querían hacerse una foto con el Presidente del Gobierno de España. Lo mejor fue el spa. Nos iba incluido en el precio. A mí me hicieron un tratamiento que me dejaron relajada para un mes. La masajista tenía manos de ángel.