Mi marido prometió el año pasado no volver a pisar la Playa de las Teresitas en Santa Cruz de Tenerife, en concreto, en un pueblecito que se llama San Andrés. Le agobia mucho el gentío. A mí, en cambio, me gusta verme rodeada de turistas. Pero creo que este verano no estaré tan rodeada de gente. Habrá limitaciones. Aún así, seguro que intento encontrar hueco para mi toalla.
Santa Teresita me encanta. Es la playa a la que iba cuando era pequeña. Mis padres nos llevaban a mí y a mi hermana a tomar el sol y a hacer castillos de arena. Hice muchas amistades en esta playa. Todavía conservo amigas de entonces. Mi madre se había enamorado de la Playa de Santa Teresita en los años setenta. Entonces era muy distinta. Siempre cuenta mi progenitora que Santa Teresita era una playa de arena negra, arena volcánica que tenía mucha gracia. Años después, le echaron arena blanca encima y se fue haciendo el arenal que conocemos ahora.
En Santa Teresita tienes todo: arena del Sáhara (fue con la que se hizo el relleno), sol, aguas limpias, buen rollito y unos chiringuitos donde se come estupendamente. No sólo se come, también se bebe bien. No debes perderte las cañas de los chiringuitos. Tomas una y sigues bebiendo.
Si vas a Tenerife tienes que acercarte a Santa Teresita. Es una de las playas más grandes de la isla. Todo el mundo habla bien de ella. Yo sé la he recomendado a muchas amigas mías que iban por primera vez a las Islas Canarias y corroboraron mi buena opinión de esta playa. Mis mejores bronceados fueron tomando el sol en Santa Teresita. Allí el sol es especial.
La única desventaja de la Playa de Santa Teresita es el viento. Te lleva como le dé por soplar. Pero eso también tiene su encanto porque le da frescor a la playa. No te achicharras tanto como en otros arenales menos ventosos.