El Cumberland Hotel está situado en pleno centro de la capital británica, justo al lado de Park Lane, una zona bastante tranquila.
Es un hotel en el que pasé una estancia tranquila y no eche de menos la comida de casa. En sus dos restaurantes había un menú muy variado en el que encontrabas platos de cocinas de todo el mundo, bien cocinados, mejor presentados y servidos con profesionalidad. Tal vez las raciones no eran demasiado completas. Es lo único que puedo objetar.
Nuestra habitación estaba dotada de todo tipo de tecnología. Hasta teníamos una videoconsola. Flipé. La conexión Wi fi iba de cine. Ya me gustaría a mí que mi conexión a Internet en casa fuera igual de rápida.
Lo que no me gustó demasiado fue la decoración. Era bastante lujosa, pero la notabas antigua, nada moderna. Yo estoy habituada a otro tipo de camas y a otro tipo de sillones.
Encima la calefacción se nos fue un par de veces. Casi me muero. Yo que soy friolera y sin calefacción. Tardaron horas en solucionar la avería.
No pasamos estrecheces. Nuestra habitación era tan amplia que te podían dar clases de baile en ella.
¿Y qué decir del baño? Estupendo. Tenía de todo, hasta una crema desmaquilladora que me hizo dejar la mía en el neceser. Aquella era mucho mejor. Geles había para dar y regalar, champú, gorros de baño, zapatillas, albornoz,... La bañera era de hidromasaje. Me dejó como nueva.
Hablando de lujos, que no se me olvide citar el televisor de 32" y plasma. Me encantó.
Fue una pena que fallara la calefacción. Fue una incomodidad que me impidió disfrutar de mi estancia en el Cumberland Hotel tal como hubiera querido.