Durante mis vacaciones otoñales del año pasado, tuve el gusto de conocer Peñafiel y los viñedos de esta bodega que se divisaban perfectamente desde el Castillo.
Así que ante la recomendación de un lugareño, no me pude resistir a la tentación de degustar este vino junto con un exquisito lechazo castellano.
El vino se nos presenta en una botella bordolesa con una etiqueta que le da un cierto aspecto rústico, pero sin que por ello deje de ser elegante.
Una vez descorchada la botella y vertido su contenido en la copa, podemos observar un líquido de color guinda salpicado de tonalidades moradas, sin turbiedades aparentes y con un buen lagrimeo al agitar la copa.
En la fase olfativa de la cata podemos apreciar el recuerdo de su paso por barrica con olores a madera, cacao y frutos secos.
En el paso por nuestra boca se me asemeja a la fruta madura, carnoso y perdurable en su retrogusto.
En su elaboración han sido utilizadas uvas tempranillo, Cabernet Sauvignon y Merlot, con predominio de la primera, cuyo caldo tras los procesos fermentativos correspondientes, han reposado durante doce largos meses en barricas de roble francés y americano.
Su temperatura de servicio debe encontrarse entre los 14 y 16º según recomienda la propia bodega, que igualmente indica que posee un 13’5º de alhocol.
Es un vino que casa perfectamente con carnes asadas y quesos curados, pero que a nuestro bolsillo se hace asequible sólo en contadas ocasiones, pues su precio se aproxima peligrosamente a los 25 euros en el super y a los 30 euros en un restaurante, como fue nuestro caso, por lo que sólo lo puedo recomendar para momentos especiales salvo que vuestra economía os lo permita.