Me gustó mucho Dragor, un pequeño pueblo de pescadores que está a sólo 12 kilómetros de Copenhague. Yo no tenía previsto salir de la capital de Dinamarca a la que había llegado con mi esposo en un viaje de negocios. Me convenció la esposa del socio de mi marido. Nos fuimos solas hasta Dragor y pasamos una tarde sensacional.
Yo quedé a cuadros cuando vi las casas con tejados de paja. Parecía que no les entraba el agua de la lluvia y de la nieve. Y, si tenían filtraciones, no les importaba. Yo le pregunté a mi acompañante si eran casas de gente pobre, pero no, decía la esposa del socio de mi santo que la gente que vivía en aquellas casas con techumbres de paja era gente con sueldos y dinero. Viven de los arenques o, mejor dicho, vivía. Hoy en día los bancos de arenques no son los mismos que fueron cuando descubrieron esta mina de oro para ellos en el lejano siglo XIV, siglo en el que se fundó el pueblo.
Lo que más me gustó fue el centro de Dragor. Es donde está la vidilla. El centro del pueblo es el puerto, con sus barcos pesqueros, yates lujosos y la torre de vigilancia que ves y no olvidas. Según me contó mi amiga, en verano, a la hora de comer, se llenan de gente las terrazas de los cafés y de los restaurantes junto a los muelles; sobre todo de turistas. Nosotras no pudimos tomar nada en las terrazas porque yo me moría de frío. Tuvimos que entrar y ponernos pegadas a un radiador. Yo con uno de mis ataques de frío son imposible.
Os recomiendo visitar Dragor. Es un pueblo de casas amarillas con tejados de paja muy pintoresco. Sólo para ver las casas, bien merece acercarse hasta Dragor. Puedes ir en autobús, como fuimos nosotras. Así te ahorras el trabajo de conducir en un país extranjero.