La antigua Santa Cruz del Cabo Aguer, hoya llamada Agadir, es una ciudad que me llamó mucho la atención. Mi marido la conocía de un viaje de negocios a Marruecos. Por eso cuando me dijo que íbamos a Agadir esperaba encontrarme con una ciudad típicamente marroquí con su medina y su bullicio. No fue el caso. Agadir es una ciudad que casi parece europea. No tiene medina y es muy tranquila. Puedes ir paseando por sus calles si temor a encontrar esos pesados guías que se ofrecen en otras ciudades o gente que te vende de todo.
Nosotros la zona que más frecuentamos de la ciudad fue el boulevard Hassan II. Es donde se agrupan la mayoría de los servicios de la ciudad. A unos cinco minutos de este boulevard está la playa. Por eso me vino de cine para alternar sesiones de playa con sesiones de compras.
Paseamos por el distrito de los comercios rodeados de turistas. Era agosto y los turistas duplicaban o triplicaban la población local. Se oía mucho francés. Mis hijas se hicieron amigas de unos niños franceses en el hotel y salíamos las dos familias juntas. Fuimos a comer a algún restaurante que no estaba nada mal. Yo pedía siempre menús de ensalada. Era lo que más me iba porque hacía una calor que te morías. Mi marido, en cambio, se ponía hasta las cejas de cuscús. Mis hijas sólo querían el postre. No me extraña porque los dulces en Marruecos son deliciosos. En el Restaurant L'Almirante nos sirvieron unas almejas especiadas al pilpil que hicieron las delicias de nuestros amigos franceses. Repitieron plato olvidándose de la buena educación en la mesa.
Os recomiendo visitar Adadir. No debes perderte la calle que se llama Rue des Oranges. Es una calle lateral al Bulebard Hassan II. Tiene naranjos con sus naranjas de verdad. Mucha gente las cogía y las comía. Yo no me atreví a hacerlo. Me parecía robar fruta. Tampoco debes perderte las playas de Agadir. Tienen una arena finísima. Da gusto pasear descalza por sus arenales.