El grito silenciado de Ana Tortajada es un diario de un viaje al Afganistán de las mujeres con burka hecho por la autora y dos amigas. Es un libro que engancha porque cuenta en primera persona las vivencias de estas tres mujeres occidentales en un país que tiene unas costumbres muy distintas a las nuestras. El fin del libro es denunciar la injusta situación de las mujeres en Afganistán, pero se convierte en un relato de costumbres sumamente interesante para el lector que quiera conocer de primera mano la realidad de pueblo afgano a principios de siglo.
Este libro nos remonta al verano del año 2000. Es en esas fechas cuando Ana Tortajada y sus amigas inician su aventura tras conocer a una refugiada afgana que dio una charla en Barcelona. Ana Tortajada decide que lo único que puede hacer es escribir un libro para denunciar el drama de las mujeres que viven prisioneras bajo una seda con color de lluvia y bordada con primor.
Más que un libro de denuncia le ha salido un libro de viajes. Lo lees como si se tratara del relato de unas vacaciones de verano diferentes. Empieza el relato en Peshawar, una ciudad pakistaní donde la mayoría de los exiliados afganos malviven. La familia en cuya casa se alojan no vive tan mal. Es ahí donde la autora empieza a familiarizarse con las costumbres afganas. Comprará ropa moda afgana, se cubrirá la cabeza e intentará ella y sus compañeras de viaje no llamar la atención para evitar que los locales las molesten vendiéndoles cosas. Los afganos piensan que todos los occidentales somos millonarios. De hecho, su presencia en un campo de refugiados lleva a un pequeño motín de unas trabajadoras que reclaman una subida de sueldo porque piensan que las tres españolas van a comprar un montón de mercancía.
Ana Tortajada nos descubre en su libro costumbres que te llaman la atención, como la separación de hombres y mujeres en una casa, la atención que dispensan los mayores a los niños. No dejan, nos dice la autora, que ningún niño llore. Los niños pequeños van de brazos de un mayor a otro. Son muy queridos. También me llamó la atención que los jóvenes musulmanes no fueran practicantes de su religión. En el libro nos cuenta la autora que las más jóvenes de la casa no saben cómo colocar la alfombra para que rece a abuela. La dirección de la Meca la tienen un tanto confusa.
El libro nos lleva también a Kabul, la capital de Afganistán siguiendo con el mismo tono amistoso, de buen rollito. Es un gusto leerlo. Por eso os lo recomiendo. Al final del libro hay un resumen histórico cronológico de la política de Afganistán. Viene bien para aclarar algunas dudas que puedas tener.