Mi marido tiene una tía en Bilbao y vamos a verla de vez en cuando. La última vez que estuvimos en esta ciudad que fue industrial hasta que dejó de serlo, hicimos un recorrido desde la zona de la ría. Mi santo fue nuestra guía turística. Nos explicó la arquitectura del Puente de San Antón y de la Iglesia de San Antón, una iglesia a la que va a rezar su tía. Me llamó la atención lo concurrida que estaba. Tras la visita religiosa, fuimos al Mercado de la Ribera. No compramos nada. Hubiera aprovechado para hacer la compra de productos frescos de haber estado alojados en un apartamento. Tenía unos pescados que decían llévame. Las fruterías también tenían buena mercancía.
Yo no quería ver más iglesias. No tenía el día muy mísitico, pero mi santo se empeñó en llevarnos a ver la Catedral de Santiago. Nada nuevo bajo el sol. Un templo más. Contento con la visita, accedió a llevarnos a pasear por el Casco Viejo. Se acordaba de los nombres de las principales calles: Artecalle, Tendería, Belosticalle, Carnicería Vieja, Barrencalle, Barrencalle Barrena y Somera. Fuimos paseando sin prisas, yo sobre mis altos tacones, hasta llegar a la Plaza Miguel de Unamuno y la Plaza Nueva. Mis hijas empezaban a decir que querían comer. Su padre rascó el bolsillo y nos invitó a reponer fuerzas en el Gure Toki, un restaurante de pintxos. Hay otro muy bueno también que se llama el Sorginzulo.
Los pintxos estaban que te chupabas los dedos. Me animé a seguir andando para quemar calorías. Mi marido propuso seguir el paseo bordeando la ría. Por allí fuimos. Vimos el Teatro Arriaga, la Estación de Tren de La Concordia, el Ayuntamiento, el Puente Zubizuri,... Entonces mi hija mayor dijo que quería hacer unas fotos. Ningún sitio mejor que desde el Puente de la Salve. Se cansó de sacar fotos del Museo Guggenheim para su Instagram. Mi hija sube fotos a sus Redes Sociales de monumentos y edificios singulares. Le va muy bien con los likes que le dan.
Os recomiendo, pues, visitar Bilbao. Nosotros acabamos nuestra ruta por Bilbao en la Plaza del Funicular, para subir a lo alto del monte Artxanda, el mejor mirador de la ciudad.
Por la noche, dejamos a las niñas con la tía de mi marido y nos fuimos a comer unos deliciosos pinchos acompañados de vino blanco txakoli, para después tomar la última copa en el Muelle de Marzana, un local muy animado que para mi marido resultó demasiado animado. Últimamente prefiere locales más tranquilos. Se está haciendo mayor.