Me llamó la atención el paisaje volcánico que se ve por toda Islandia. Yo me imaginaba muy distinto este país. No es un país para ir con niños porque se te mueren de frío. Nosotros fuimos con unos amigos en uno de esos viajes de aventura loca que hacemos de vez en cuando.
Estuvimos apenas una semana, pero tuvimos tiempo para visitar los lugares más emblemáticos de este pintoresco país poco conocido en los grandes circuitos turísticos. A mi chico le gustó mucho la Laguna Azul, con sus aguas cálidas de color turquesa rodeadas de tierras nevadas. La cascada dorada de Gullfoss es igual de llamativa.
Tras tanta agua, llegamos a una ciudad que se llama Selfoss. Es una ciudad de cabañas de madera separadas. Los islandeses son listos: viven lejos del vecino para tener intimidad y privacidad. Deberíamos hacer lo mismo por las Españas.
Vík con sus farallones de roca en medio del mar tampoco te deja indiferente. Pero lo más asombroso es el Desierto volcánido de Kirkjabaejarklauster que queda de camino al glaciar Vatnajokull. El desierto parece un lugar de la luna. El glaciar no es gran cosa. No es más que un lago con icebergs. Nuestros amigos se subieron a un barquito para dar un paseo entre las piedras de hielo, pero yo no estaba para tanta aventura. Con mirarlo tenía de sobra. Soy la madre de dos hijas pequeñas.
Donde estuvimos más tiempo fue en Reikiavik, la capital de Islandia. Es una ciudad que no tiene ningún edificio histórico. La ves como recién construida. De lo que anda sobrada es de bares, bares con mucha conversación. Dirán que los españoles somos habladores y gritones, pero los islandeses no se quedan atrás.
No nos alojamos en hoteles sino en granjas. Mi chico y nuestros amigos querían conocer la vida de un islandés de verdad. Os aseguro que no es gran cosa. En España se vive mucho mejor.