Tenía muchas ganas de conocer Moscú. Pude ir por fin hace unos meses cuando ya hacía un frío de los mil demonios. A Moscú hay que ir en verano. En otoño te mueres de frío. Me alegré de no haber llevado a las niñas. Mis hijas aguantan muy mal las bajas temperaturas.
Moscú tiene avenidas de 16 carriles en ambas direcciones. Aquello es un mar de asfalto por el que corren los coches. Marea tanto asfalto, tanta anchura de carretera. También marea ver tantas estatuas, casi todas de políticos. Los comunistas debían querer una estatua por concejal. Sobran estatuas recientes en Moscú.
La Plaza Roja parece la plaza de los turistas. Los rusos la venden muy bien. Hay puesto un gran centro comercial enfrente a la tumba de Lenin para que los visitantes de todos los países del mundo mundial dejen allí sus dineros. Yo casi no les compré nada. No me apetecían las compras tras ver a un hombre muerto y disecado. Me dio casi pena el pobre Lenin. Un día eres Presidente de todas las Rusias y otro día acabas tu existencia en una sala de exposiciones de tu última cara moribunda. Deberían respetar más a ese Lenin.
Moscú me pareció una ciudad con un gran contraste entre el pasado y el futuro. Yo no fui a vistar palacios e iglesias. Hacía tanto frío para mí que casi no salí del hotel. Sólo acompañé a mi chico a la Plaza Roja y al Kremlin, tan impresionante por fuera como el interior del Kremlin. Os lo recomiendo. Seguro que te deslumbrará. Comenzando por la Ivanovskaya ploschad, el Arsenal, de enormes dimensiones, pintado de amarillo y blanco, es el palacio en el que los oficiales zaristas ofrecieron la última resistencia ante los revolucionarios en 1917, una resistencia que no les sirvió de nada.
Espero poder volver a Moscú en verano. Nos quedó mucha ciudad por ver. A Moscú no se puede ir cuando hace frío si no eres una persona que resista bien las bajas temperaturas. Encima yo llevo mal ir muy abrigada.