Si me fuera a vivir a un pueblo, sin duda elegiría Morella en Castellón. Me compraría una de sus casas blancas en el centro del pueblo con vistas a los campos que rodean este precioso pueblo de la Comunidad Valenciana. Mi marido dice que nunca lo haré porque me encantan las ciudades grandes. No le falta razón, pero puede que algún día cambie de opinión y busque la tranquilidad del campo habitado.
Morella es un pueblo con mucho que visitar. Nosotros estuvimos por allí el pasado verano y dimos un paseo hasta la Iglesia Arcipestral Santa María la Mayor, el Portal de Sant Miquel y nos acercamos también al Convento de Sant Francesc. También pudimos comprobar como muchos habitantes de Morella han recuperado los oficios de sus antepasados para ganarse la vida. Vuelven a trabajar el hilo, los telares, y a hacer telas que te llaman la atención por el trabajo artesanal que tienen. Morella es un pueblo muy cuidado por sus gentes. Lo ves cuando te encuentras puertas antiguas de madera en las casas perfectamente conservadas, aleros, paredes remodeladas respetando su piedra antigua, cortinas en las que las mujeres se han dejado las manos ganchillándoles adornos.
En Morella se come muy bien. Comimos unos arroces que no los prepara ni mi suegra, y eso que es una artista con los arroces. Morella es un pueblo grande lleno de vida, sobre todo en verano, cuando los turistas multiplican su población empadronada.
De recuerdo de Morella me llevé unas alpargatas para todos. Son artesanas y eso tiene su valor. Yo las noto cómodas. Las usé todo el verano pasado y todavía aguantan. También compré miel. Tienen una de las mejores miles que hay en España. Para mi suegra me llevé la famosa manta morellana. Es una manta muy colorida en tonos vino apagados. La ves muy artesanal. Yo hubiera llevado una cortina o unos cojines, pero mi suegra insistió por teléfono que le comprara la manta. La tenía una amiga suya y ella quería otra igual.