Cuando estuve en Cannes descubrí que esta ciudad francesa es mucho más que la ciudad del cine. Yo diría que es la ciudad del lujo. Paseabas por el puerto, mirabas los yates de los ricos millonarios y te venían ganas de dejar al marido e irte con un actor de Hollywood.
Fuimos a ver las mansiones de los famosos. Vimos la casa donde vivió Picasso. Tenía buen gusto el pintor andaluz, igual que otros colegas suyos que adquirieron segundas residencias en la ciudad del Festival Internacional de Cine. Mi chico se puso en plan cultureta y me arrastró hasta el Museo de la Castre. A lo largo de una serie de pequeñas salas rodeadas de jardines se exponen colecciones de arte interesantes y objetos de Oceanía, el Himalaya y las Américas que dejaron sus tierras para venir a hacer las delicias de los turistas de Cannes, así como un importante fondo de antigüedades mediterráneas y cerámicas precolombinas que me dio pena verlas tan lejos de su lugar de origen. Últimamente estoy volviéndome antimuseos porque suponen un expolio de las maravillas de otros países.
Os recomiendo visitar Cannes, sobre todo en primavera y en verano cuando la ciudad está más animada. Sin la animación de los turistas, Cannes no es gran cosa. Yo me imaginaba una ciudad más grande, no una ciudad de unos 70.000 habitantes sólo. Lo que sí tiene es muchas tiendas, muchos hoteles y muchos restaurantes. El lujo es una característica de Cannes. No debes perderte el Palacio de Festivales porque es uno de los edificios emblemáticos de esta ciudad francesa, cada año a mediados de mayo, una alfombra roja, extendida para los actores de Hollywood, de Francia y del resto del mundo cobra protagonismo en la prensa internacional. Durante la quincena, el cine invade la ciudad, todo lo ocupa y la ciudad vive para el Festival, para el cine. Espero volver en esas fechas. Mis hijas están muy interesadas en el séptimo arte. El verano pasado ya había pasado el Festival.