La Hospedería de La Cartuja en Cazalla de la Sierra, Sevilla está en mitad de una finca de cuarenta hectáreas cuajada de fresnos, albaricoques y olivos. Nos hablaron de ella unos amigos artistas. Tal como nos dijeron, es un alojamiento rural tranquilo, que suelen frecuentar bohemios ricos. Pintores, escultores y músicos se encuentran en su salsa apartados del mundanal ruido y centrados en sus creaciones artísticas.
No te aburres. La dueña de la casa programa unas actividades culturales en las que todo huésped debe participar. Es una condición que te ponen cuando haces la reserva. Ya sabes, pues, a lo que vas. Ahí está la gracia de este alojamiento rural: en ser una experiencia cultural en pleno campo sevillano.
A nosotros nos dieron un par de habitaciones en la casa del monje portero. Fue en esta casa por donde iniciaron en los años ochenta la rehabilitación de los edificios de la finca. Después vendría la rehabilitación de la Capilla de Peregrinos. Nos dijo doña Carmen que la rehabilitación de la Capilla de Peregrinos fue premiada con el Premio Europa Nostra en el año 1986.
Os recomiendo la Hospedería de la Cartuja. Aún conserva un aire de convento de otros tiempos. Ves la capilla y te vienen ganas de rezar, no por devoción sino por miedo. Yo creo que la gente en la Edad Media rezaba por miedo. Esta villa turística, tal como la denominan en los carteles indicadores, no te deja indiferente. Eché en falta algo menos de programación cultural. Las clases de guitarra eran imposibles para mí. El segundo día dejé a mi marido con la guitarra y me fui a hacer turismo por los alrededores. Llegué andando hasta la iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, una iglesia del siglo XIV. Vi los restos del castillo almohade. Llevaba tres kilómetros a pie cuando di la vuelta. Me esperaba una habitación amplia en la Hospedería de la Cartuja. Eso me animó a acelerar el paso.
Poco participé en las actividades culturales que organiza la dueña. Pasé los restantes días de nuestras vacaciones en la piscina con las niñas. Pocos huéspedes se animaban a darse un chapuzón. Sólo unas señoras inglesas eran habituales de las hamacas. Nos hicimos amigas. Las señoras me contaron que su experiencia en unos paseos a caballo, también organizados por la hospedería, no había sido buena. Habían pasado miedo a lomos de los caballos. Las comprendí. A mí también me causan temor los equinos.
La decoración de la hospedería está entre lo rural y lo antiguo. Los muebles conocieron tiempos mejores. Se nota que los restauraron sin darles un aire novísimo. Me consolé pensando que nuestra cama era cómoda. Mis hijas no decían lo mismo. Se quejaban de la dureza de los colchones de sus camas.