Siruana en Tarragona es un pueblo que no te deja indiferente. Mi indiferencia se torno en interés cuando las nauseas me asaltaron subiendo nuestro coche la carretera serpenteante que asciende hasta Siurana. Respiré aliviada cuando llegamos. El pueblo es encantador. Está en la cima de una montaña rodeada por un precipicio que quita el hipo.
Es un pueblo con mucha Historia. Fue el último reducto musulmán de la reconquista. Cuando intentaban quitárselo a los musulmanes había una reina. Les hicieron un asedio. Aguantaron como pudieron el hambre. La reina mora, cuando no podía más, se tiró al precipicio con su caballo. Antes muerta que esclava de cristianos, debió pensar la señora.
Mi marido buscó con escaso éxito la huella de la herradura del caballo en la roca. Yo creo que no la encontró, aunque él diga que sí. Pasó horas mirando las piedras. Yo pasé horas mirando a los escaladores y a los amantes del barranquismo. Cruzaba los dedos para que mi marido siguiera buscando la huella del caballo de la Reina Mora y se olvidara de los deportes de riesgo que practicaba por allí la gente. Este miedo impidió que disfrutara del turismo tranquilo que encuentras en este bonito pueblo catalán.
No debes perderte las impresionantes vistas de la Sierra de Montsant, la Gritella y a las Montañas de Prades, el paseo por las calles empedradas de esta pequeña aldea... Fue lo que más hice: pasear. En el pueblo vive poca gente. Me contó un vecino que eran 160 personas, muchas de ellas mayores. Lo de todos los pueblos: la despoblación. Los que marcharon deberían volver a su pueblo para degustar los productos de la tierra: el aceite, vino y otras delicatessen que se pueden adquirir en sus tiendas artesanales.
Mi marido llevó varias botellas de vino. Yo compré pasteles. Estaban que te chupabas los dedos. Mis hijas los devoraron. Me han salido glotonas. La única manera de tenerlas a dieta es no poniendo comida en la mesa.