En Valencia hay pueblos con mucho encanto. Uno de estos pueblos valencianos sobrados de encanto es Chulilla. No te deja indiferente. Sus casas subiendo por una montaña, o bajando, según se mire, impresionan. Lo primero que piensas es que en el pasado la gente se complicaba mucho la vida. Vivir en un pueblo con empinadas cuestas no es un plato de gusto de cara a la movilidad.
No era la movilidad lo que preocupaba a los antiguos habitantes de Chulilla. Sus preocupaciones eran de seguridad. Con las casas en lo alto, veían venir desde lejos al enemigo.
La vida social de Chulilla se centra en la concurrida Plaza de la Baronía. Bares, visitantes nacionales y extranjeros, población local dan vida a un pueblo interior, ideal para el turista que busca más la tranquilidad que el jolgorio. Nosotros encontramos mucha tranquilidad en Chulilla. Caía el otoño y los turistas habían regresado a sus lugares de origen. Ni siquiera encontramos mucha gente visitando el castillo medieval, alrededor del cual se fue construyendo Chulilla.
Este pequeño pueblo valenciano tiene un aire muy sano. Está enclavado entre los cañones del Turia y unos pinares respetados por los incendios. Se nota en sus estrechas calles el aire de los pinos. Un aire limpio que es un regalo para unas narices cansadas de respirar la polución de las ciudades grandes.
Tuvimos tiempo para darnos un chapuzón en el Charco Azul. Mi marido quería hacer escalada como unos amigos que vinieron con nosotros. Le prohibí la escalada. Es un deporte muy peligroso para un padre de familia. No tengo ganas de dejar a mis hijas huérfanas de progenitor. A lo que sí accedí fue a una excursión a lomos de unos caballos bien domesticados.
Os recomiendo visitar Chulilla. No debes perderte las pinturas rupestres. Me parecieron preciosas. El entorno natural de Chulilla es espectacular. Hay muchos animalitos protegidos. Nosotros vimos unas ardillas rojas preciosas. También vimos ranas. Las ranas son especie protegida, igual que el lagarto y la rata de agua.