La Mezquita de Alabastro, también conocida como la mezquita de Muhammed Ali, está situada en la ciudadela, en la que hay que pagar por entrar, pero no es mucho (no recuerdo, pero creo que no llega a 10 euros) y merece la pena porque es una mezquita muy bien conservada y bastante espectacular, muy diferente a las catedrales o iglesias católicas que tenemos en nuestro país. Precisamente por eso me gustó tanto, ya que de catedrales estoy más que harta. Prácticamente vista una vistas todas. Me imagino que con las mezquitas pasará lo mismo, pero como yo apenas he visto ninguna, pue todavía me llamán la atención.
Esta mezquita es muy grande y su nombre se debe a que entre los materiales que su usaron en su construcción se incluyó el alabastro, lo que la da ese aspecto tan brillante y bonito, parece refulgir al sol.
El entorno es muy bonito ya que la Ciudadela está situada un poco en un alto y desde allí se puede ver gran parte de El Cairo, con sus edificaciones irregulares y el caos de tráfico que parece reinar continuamente en la ciudad. Allí se respira una sensación de paz y tranquilidad que parece inexistente en una ciudad con tantos millones de habitantes ya que nunca pareces estar sólo, pero por allí todo es más tranquilo. Apenas se ve gente, a excepción de los turistas claro, que son bastante numerosos pero como el sitio es muy grande, no parecen tantos.
Para entrar en la mezquita hay que descalzarse y llevar los hombros tapados. Si no eres previsor y no te llevas calcetines o algo para no llevar los hombros descubiertos no te preocupes, porque en la entrada siempre hay unas mujeres muy solicitas que por “la voluntad” te dejarán una especie de capa y unas fundas para los pies. A nosotros ya nos habían avisado, así que llevábamos todo lo necesario para entrar.
También en la entrada hay gente que se ofrece a explicarte la historia de la mezquita. Nosotros decidimos coger una guía porque así la visita se hace mucho más interesante, sore todo en un país con una cultura tan diferente a la nuestra. Éramos 4 en el grupo y por un euro cada uno la mujer nos explicó de todo, no sólo sobre la mezquita sino también sobre la cultura y costumbres de su país. Lo hizo en un castellano perfecto y nos confesó que esto la servía no sólo para sacarse un dinero, sino también para practicar idiomas. Desde luego me parece una manera perfecta para visitar el templo, porque de otro modo hay cosas en las que quizá no te fijas.
El interior de la mezquita me gustó aún más, si cabe, que el exterior. Está tenuemente iluminada, en unos tonos un poco verdosos, lo que hace que se acentúe esa sensación de paz que vas arrastrando a lo largo de todo el camino hacia la mezquita. A diferencia de los templos católicos, el espacio es diáfano, sin bancos ni sillas, sino simplemente un suelo enmoquetado en el que nos sentamos a escuchar las interesantes historias de la guía.
Una visita altamente recomendable y con un precio de lo más razonable.