Estoy casi enganchada a La casa de las flores, una serie de Netflix que triunfa en México y que va abriéndose un hueco en los gustos de mi familia. Vimos un par de capítulos en el cumpleaños de una prima y fuimos viendo más porque una historia en la que tu marido pasa de ser hombre a ser mujer da para muchas risas.
También da para muchas risas ver a un personaje como el que interpreta Cecilia Suárez: la hija mayor de la matriarca de las flores por su manera de hablar tan pija. Es esta hija mayor la que dirige los negocios y está detrás de las intrigas de la familia. Paco León encarna a su exmarido, el hombre que ha pasado a ser María José tras darle un hijo.
Puedes preguntarte viendo La casa de las flores si la serie representa al México real. Para nada. La sociedad mexicana está muy lejos de una generación sin perjuicios de género y de identidad sexual. La serie es una sátira de las telenovelas latinoamericanas de toda la vida. Pero no deja de ser una telenovela: vas viendo a lo largo de sus capítulos como una familia muy rica cae en desgracia cuando la amante del padre se suicida en la elitista floristería familiar. Los De la Mora son unas gentes con una doble moral, como todos os ricos. A partir de este trágico hecho se dirimen fortunas y ruinas, entran y salen personas de las vidas de los distintos miembros de la familia. Vemos en la serie la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad y hasta aparece la polisexualidad. Hay relaciones de mujeres casi ancianas con chicos cachas y hasta los guionistas nos muestran mujeres que viven sus sexualidades como los hombres más desatados.
Os recomiendo la serie. Aunque sólo sea para reírte con el acento niña bien de la protagonista vale la pena ver algún capítulo. Pero te aviso: si ves un capítulo verás más. La serie engancha tanto como los culebrones mexicanos de toda la vida.