La gran catástrofe amarilla de J.J. Benítez, subtitulada Diario de un hombre tranquilo, narra las vivencias del autor a bordo de un crucero en pleno confinamiento por coronavirus. Lo que iba a ser un viaje de placer se convirtió en una peripecia de cuarenta días en el mar a bordo de un barco que no dejaban atracar en ningún puerto.
Nos cuenta en primera persona el señor J.J. Benítez como el barco quedaba a media milla del puerto y se les acercaban con barquitos a llevarles víveres y combustible. Nadie los quería en su país. Pasaron de ser turistas adinerados a ser ciudadanos apestados.
A principios de la travesía había enfermos con síntomas de coronavirus. El médico del crucero les decía que era cosa de una faringitis. Tampoco se alarmaban mucho porque aún no sabían que en el planeta Tierra se había desatado la pandemia del coronavirus. No saber cosas te hace feliz. Muchos de los enfermos eran españoles. En el crucero viajaban 168 españoles embarcados en Barcelona.
El barco había zarpado de Italia y va por todo el mundo. Llega a puertos de Nueva Zelanda, Corea del Norte, Corea del Sur. La vida en el barco era más llevadera cuando los turistas no sabían nada de la pandemia del coronavirus. Pero las malas noticias les acabaron llegando. Navegaban por la zona de Panamá cuando se enteraron de la pandemia del covid-19. El autor del libro no se asustó mucho. Casi se sentía protegido dentro del barco.
Sus compañeros de viaje, en cambio, no se lo tomaron tan bien. En el barco había viajeros de todas las nacionalidades. Don Juanjo fue testigo de situaciones tensas a bordo del barco. La gente empezó a perder los nervios, afloran los viejos rencores entre nacionalidades. Por ejemplo, los franceses y los alemanes se insultaban. El miedo se transformaba en odio. Empiezan los acaparamientos de comida, las discusiones por cuestiones nimias.
Don Juanjo le habla a sus compañeros de viaje interminable de la vida después de la muerte. Pocos lo escucharon. Allí la gente estaba luchando por seguir vivos en esta vida. La vida del más allá no les importaba. Afortunadamente, el autor de este libro tan interesante, era español. Los españoles hacían en el barco lo que hacemos fuera del barco: hablar mal unos de otros. La nacionalidad pesa mucho en el comportamiento de la gente dice el señor Benítez.
Fue testigo también de un altercado en una piscina entre el marido de una señora de ochenta años y un buceador. La buena señora estaba nadando cuando sintió una mano en su pierna. No era un tocamiento sino un tropezón del buceador. Indignada, la mujer, con sus ocho décadas cumplidas, pidió amparo a su marido. El anciano sacó toda su ira y quería pegar al joven buceador de piscina.
Otras peleas eran por una simple silla. Había gente que se sentía propietaria de su silla y no permitía que otro viajero tomara asiento. Encima bebían, pese a que estaba prohibido. Había un tráfico de bebidas alcohólicas preocupante.
Finalmente, se acabó la pesadilla en un puerto de Australia. Allí pudieron salir del barco. No era un sitio donde tuvieras a mano aviones para regresar rápido a Europa, pero era lo que había. Don Juanjo se apeó. Regresó sano y salvo a España y empezó a escribir este libro que os recomiendo.
El Diario de un Hombre Tranquilo, además de narrar las peripecias en altamar del autor a bordo de un bonito trasatlántico, recoge sus opiniones sobre el más aquí y el más allá. Como os decía, don Juanjo le habló a sus compañeros de viaje de la nueva vida que viene después de esta vida. En el libro nos dice que esta pandemia es un ensayo general para algo peor. Para el año 2027 viene un meteorito dice este hombre. Impactará al Este de las Bermudas. En sólo 48 horas habrá miles y miles de muertos. Esto, insiste el autor, lo saben los militares norteamericanos.
En esta línea imaginativa, el señor Benítez, nos cuenta que los americanos llevaron el coronavirus a un lugar pantalla, es decir, a una ciudad desconocida de China, para echarles la culpa a los chinos de la pandemia. Esto sobraba en el libro. Yo me quedo con la narración del viaje en el crucero. Las opiniones del autor sobre conjuras y sobre la existencia del más allá no me interesan.
Vuelvo a decir que os recomiendo el libro. Goyo es todo un personaje. Cree tanto en la vida del más allá que no teme a Dios. Su Dios es un Dios bondadoso. A J.J. Benítez sólo le dan miedo las mujeres y los ordenadores. Él sabrá por qué. Yo no le tengo a él miedo.