Cuando llegamos a las islas de Arán, en Irlanda, pensé que había llegado a la luna. Mi chico me había prometido una visita a un lugar inolvidable. Realmente acertó con el sitio. No me imaginaba que en la vieja Europa hubiera unas islas tan primitivas en paisajes medievales lunáticos y en costumbres de sus habitantes.
Por allí la gente sigue ganándose la vida con la pesca. Salen a pescar todos los días en unas embarcaciones tan frágiles que pagarías por no subirte. No sé cómo no hacen unos barquitos de pesca algo mejores. Es gente reservada. No tienen nada que ver con los españoles, siempre dados a hablar más de la cuenta muchas veces. Aquellas gentes de las islas de Arán son desconfiadas y poco amables con el viajero. Es como si les pareciera que les vas a quitar sus islas. Con ninguna de las tres islas me quedaría yo. Soy idénticas. Tanto Inisheer como Inishmaan y como Inishmore me parecieron igual de inhóspitas.
Nosotros fuimos en barco. Unos amigos nuestros llegaron en avioneta. Yo preferí el trayecto en barco porque las avionetas nunca me parecieron muy seguras. Desde el mar se ven como las islas de las tormentas. Estaban rodeadas de unas capas de niebla que apenas dejaban divisarlas.
No os recomiendo ni os dejo de recomendar las islas de Arán. Si quieres ver un paisaje lunar, debes ir. Yo vi fotos de la luna que eran idénticas a aquellas tierras en mitad del Atlántico. Los araneses no me parecieron nada simpáticos. Hablan gaélico. El inglés apenas lo chapurrean. Tal vez si aprendieran inglés y se abrieran al mundo les iría mejor su economía precaria. Los pueblos que se encierran en sí mismos no salen de la pobreza sino que se meten más. Ni siquiera se ven felices. Los veías tristones a todos.
Mi chico, en cambio, quedó muy contento con el viaje. Sacó muchas fotos. Ninguna le salió muy bonita porque no cogimos un día libre de nieblas. Era tal cual la luna en la Tierra.