La Torre del Remei en Bolvir de Cerdanya, Girona, es un alojamiento rural en un edificio que recuerda a una iglesia. Mi marido decía que era una mansión. Yo diría que es una mansión tan estirada en sus alturas que parece que te encuentras ante la fachada de un templo esperando la llegada de los novios para casarse.
Lujo no le falta en su interior. Fue rehabilitada para ofrecerle al huésped lo mejor de lo mejor en el Pirineo catalán. Convirtieron un edificio que data del año 1910, en un hotel de cuento de hadas con toques místicos.
No es un hotel grande. Lo ves enorme por fuera y, en su interior, sólo encuentras 11 habitaciones. Estás como en familia, sobre todo cuando está con media ocupación. Las habitaciones quitan el hipo con el derroche de lujo que han hecho los propietarios del hotel. Ver mármoles de Grecia en los suelos sorprende tanto como encontrarte con muebles de Italia, alfombras del Tíbet, unos tapizados jazquad que llaman la atención y lo mismo puedo decir de las sábanas y los manteles de hilo. Todo es caro. Todo es lujo.
Yo pensé que mi marido se había vuelto loco. Estábamos tirando la casa por la ventana. Temí que no pudiera pagarlo. Afortunadamente, la tarjeta Visa Oro de mi esposo no dijo no. Fue una pena no poder estar más días. Yo casi me hubiera quedado a vivir en aquel paraíso de la elegancia cara.
Sólo veías marcas caras: televisores Bang&Olufsen, botellas de Moët&Chandon, Loewe, Nina Ricci, Versace... Tomé nota de las telas Versace por si un día me toca una Primitiva importante. Me gustaría tener cortinas Versace en mi habitación.
También destacaría lo limpísimo que estaba todo. Los cuartos de baño tenían un suelo radiante. Yo pasé horas en la bañera king size con hidromasaje. Me hizo sentir como una princesa. Igual de princesa me sentí desayunando pan con mermelada casera y zumo de naranja natural.
Os recomiendo la Torre del Remei. Yo volvería hoy mismo. Es una pena que mi marido no esté muy generoso esta temporada. La crisis económica le mete miedo y lo hace tacaño. Cuando estuvimos en este hotel todavía no había estallado la crisis del covid-19. Aún éramos felices. Faltaban unos meses para el desastre mundial.
Hoy recuerdo con nostalgia mis paseos por el jardín de 20.000 metros cuadrados abrazada a mi marido. Me sentí como una señora indiana retornada que estrena su castillo. Todo era lujo belle époque. Lo sentí nada más cruzar la verja de la entrada, flanqueada por cuatro secuoyas.
Pudimos disfrutar la piscina gracias al buen tiempo que hacía. Nadar con un horizonte definido por la montaña del Cadí y las cresterías del Pirineo catalán es inolvidable.